Aquel Sábado Santo fue un día de silencio…
La Iglesia, como Madre y Maestra, nos enseña la importancia de guardar silencio en algunos momentos de la liturgia y es preciso aprender a vivirlos. Por eso, después de las lecturas o de la homilía se recomienda un silencio meditativo para interiorizar el misterio que acaba de ser proclamado, al modo del rumiar por el cual algunos animales aprovechan todos los nutrientes de los alimentos, en nuestro caso es llevar de la mente al corazón la Palabra para ir profundizando lo que Dios nos transmite; también, al concluir la comunión, es muy conveniente el momento de silencio que ayuda a entrar en diálogo con Aquél que hemos recibido sacramentalmente. Aquel Sábado Santo fue un día de silencio, de meditación, contemplación ...