Formación

Tomar el camino del silencio

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A mí alrededor todo es silencio. Cerré la puerta, las ventanas de mi cuarto. Sólo de vez en cuando llega el sonido estridente de una bocina. El grito sufrido de quien pasea en la calle. Es silencio dentro y fuera de mí; percibo el sonido de la lapicera que corre veloz en el papel que, silenciosamente recoge las ideas que suben desde el corazón y se quedan en la docilidad del blanco papel que un día fue árbol. Hubo un tiempo que el silencio llenaba otros vacíos y que era dulce permanecer en el silencio, intentando escuchar la voz del otro que, desde el silencio, llegaba hasta mí.

Amaba el silencio como tierra abierta y fecunda en la espera de ser semilla de vida. Era en el silencio que iba rumiando, masticando la Palabra de Dios encontrada devorada, que en mí se transformaba en dulce sabor de eternidad.

Hubo un tiempo en que me sentía agredido por el silencio, precisaba – como un dependiente – de mi dosis diaria de barullo, de busca de amigos imaginarios, para llenar el terrible vacío de nada. Era la noche de la Fe en que, como por encanto maléfico, llegaban de noche las voces seductoras del mundo: luces, voces, propuestas, fantasmas e imaginaciones que intentaban despertar los instintos de la bestia adormecida dentro de nosotros. Un silencio terrible, amenazador que provoca salir de nosotros mismos en busca de otros lugares, otras personas.

Un nuevo silencio.

Pasada la tempestad, silenciados los truenos de la soberbia y de la codicia, surgió un nuevo silencio. El deseo fuerte, valiente de tomar el camino del silencio para encontrarse con la propia identidad que estaba sumergida en el polvo del tiempo y de la negligencia.

El nuevo silencio es la sed de infinito que la cosas no pueden apagar y saciar. Es dejarse envolver por el manto de amor misericordioso del Padre que  nos abraza “cubriéndonos de besos”.

El nuevo silencio es paz que no puede ser perturbada por las incomprensiones ni por los pequeñas o grandes rechazos. Es la tranquilidad del último lugar, asumido con la conciencia de que nunca nos lo sacarán. Es preciso volver al silencio como desierto y lugar fecundo. Como oasis de paz y de amores con el Amado.

Es el nuevo silencio de las potencias y los deseos que después de haberse cansado de tanto andas deambulando, reposa en el regazo reclinado del Amado. Es el silencio que las palabras no pueden definir, pero que el corazón entiende y en él se deleita en un gozo sin fin.

Es el nuevo silencio que es posible de disfrutarse en la calle, en el tránsito caótico de San Pablo, o en el silencio del desierto o de las montañas. El silencio está dentro de nosotros. Es ahí, bien en el fondo de nuestro corazón que es preciso reaprender a escuchar a Dios que nos habla –Un Dios Palabra eterna de Amor- Es el momento de tomar el camino del silencio donde se oyen los latidos del corazón y las palpitaciones del Amado que nos llama hacia el desierto.

El miedo al silencio no es otra cosa que miedo de sí mismo, de mirar al espejo de la propia conciencia, de reconocer la propia identidad fragmentada. El silencio es el encuentro amoroso con Dios que va curando nuestras heridas, inyectando en nosotros vida nueva. Encontrarse con el Señor en la zarza ardiente y dejarse quemar totalmente, después de haber tirado las sandalias del egoísmo y de las seguridades humanas.

El nuevo silencio será el terreno fecundo de donde surgirán los nuevos místicos y contemplativos capaces de ser ese silencio –Palabra en un mundo enfermo de un barullo desintegrador-. En el silencio, está nuestra esperanza y fortaleza.

Nunca se va al silencio para estar solo, sino para presentar en la oración toda la humanidad. Es el amor que exige el silencio delante de un Dios que, en el amor, conoce las profundidades de nuestro ser.

El nuevo silencio no puede ser fin, ni fuga, ni incapacidad de convivencia o de diálogo, es la necesidad de aprender a escuchar para saber oír mejor el grito del hombre y de la mujer, oprimidos.

Hay gritos y llantos que solo se entienden en el silencio; hay vida que nace que solo se percibe en el silencio; hay amor que solo puede ser vivido en el silencio.

Reaprender a vivir el silencio, en el silencio que es el nuevo camino de convivencia pacífica y de la no violencia.

Toma el camino del silencio! Volvete silencio y sabrás mejor comunicar las sublimes lecciones del infinito que se pierden cuando intentamos explicarlas. Dios es silencio, por eso es el Amor que rompe con su silencio en la encarnación. Jesús es silencio que solo nos habla a los que hacen silencio para oírlo.

Frei Patrício Sciadini
Fuente: Revista Shalom Maná

 

 


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