La trama de “Des hommes et des dieux” (De dioses y hombres) es una historia sencilla, ya contada y ya vivida por muchísimas personas en la historia del cristianismo. No por ser sencilla deja de ser menos elocuente, ni menos grandiosa. Al contrario, la simplicidad profunda de la vida de estos monjes que dieron su vida por la fe deja traslucir con mayor nitidez y fuerza lo esencial de la fe, la esperanza y el amor de los auténticos discípulos de Cristo.
La película narra un suceso de la vida real, y gira en torno a una comunidad de monjes trapenses en Argelia. Los primeros minutos de la historia nos muestran con gran realismo la vida de los monjes, que parece haberse detenido en el tiempo, lejos de toda modernidad y quizás mostrándonos lo esencial que no debe faltar en toda existencia humana. Su vida austera, su cercanía y apertura a todos, así como su entrega generosa y desinteresada al servicio de la población, en su mayor parte musulmana, los convierte en una referencia para la comunidad local.
Todo cambiará, sin embargo, con los episodios de violencia que asolan al país en 1996. Una primera alarma para el monasterio será el asesinato en la región de unos trabajadores croatas y las amenazas que pronto recibirán en el monasterio. A ojos humanos lo más sensato supone regresar a Francia, su país de origen. No habría vergüenza en regresar. Para estos hombres, sin embargo, poco cuenta el pensamiento de los hombres, sino el de Dios. ¿Cómo servirlo mejor?
Gran mérito de la película es transmitirnos con fuerza la dificultad de enfrentar una situación así. Los monjes no nacen santos. Ante las amenazas son, como cualquier ser humano, frágiles y temerosos. Tampoco son como aquellos héroes de las películas modernas que siempre saben con certeza absoluta el camino a seguir. Son hombres, como el título de la película indica, como nosotros, quizás con grandezas y debilidades similares.
Cada uno tendrá su propia lucha interior, y el espíritu de fraternidad se manifestará al final en una decisión unánime: no buscar el martirio por el martirio, pero tampoco dejar abandonada a la población a la que con inmensa generosidad han servido. En ese rechazo a cualquier búsqueda insensata de la muerte, pero a la vez optando por una confianza absoluta y radical en el Plan de Dios, estos sencillos monjes se hacen cercanos a su Maestro. El desenlace para casi toda la comunidad es previsible: siete de ellos serían asesinados en mayo de ese mismo año.
La película no es un homenaje innecesario a la valentía de siete hombres, ni una invitación a la resignación frente a eventos desafortunados. Es, por el contrario, una llama de esperanza que ilumina un mundo lleno de odio y violencia.
La película no es un homenaje innecesario a la valentía de siete hombres, ni una invitación a la resignación frente a eventos desafortunados. Es, por el contrario, una llama de esperanza que ilumina un mundo lleno de odio y violencia, y lo es precisamente porque la historia de estos hombres resulta también un llamado a la acción decidida, incluso cuando esto significa elegir por amor a Dios, confiar absolutamente en Él. En este sentido la película, con toda su capacidad de tocar los corazones, es un fruto más entre muchos frutos desconocidos e invisibles logrados por la gracia de Dios cuando los hombres se entregan a Él.
Precisamente, en “Des hommes et des dieux” cautiva la belleza de las tomas porque están al servicio de una belleza mayor que se ve con mayor fuerza en la simplicidad de la entrega total. La vida de la comunidad monacal, al ritmo de las campanas, se desarrolla hacia un desenlace en el que Dios es Señor último del tiempo. Han vivido la sencillez de las bienaventuranzas, con su absurda lógica para la mirada terrena, pero llena de semillas de esperanza y fecundidad para los ojos humildes y corazones transformados por el amor de Dios.
Una última reflexión: cautivan también los largos momentos de silencio y los diálogos que van a lo esencial. Es una historia, como la vida de los monjes mismos, despojada de todo lo superfluo, invitándonos quizás a hacer lo mismo para cuestionarnos acerca de aquello que nuestro corazón juzga imprescindible. Quizás esté centrado en lo esencial, y vivamos, incluso en medio del ruido de las vidas modernas, la misma paz de corazón que tuvieron estos monjes de cara al momento decisivo de la vida. Quizás, sin embargo, esté apegado a cosas secundarias, y ni la existencia más plácida ni llena de todas las seguridades humanas nos permitirá experimentar el inmenso amor de Dios, y por tanto, a diferencia de estos monjes, seremos incapaces de hallar sea el fuego de la caridad o la paz que brota de la confianza en Él.
Fuente: Kenneth Pierce, Catholiclink.com