Hay una diferencia sustancial entre juego y competencia más allá de que se quiera catalogar al juego como un modo particular de competencia dentro de los muchos que el ser humano está inserto en diversos ámbitos de su vida. Competimos en todo momento, competir significa prepararse, esforzarse, alcanzar un bien, una meta. La cultura deportiva, es decir el juego competitivo, se nos ha vuelto muy familiar y extrapolable a todas nuestras luchas diarias. Esto último, la lucha diaria, resalta una característica muy tangible de la experiencia de competir; se lucha contra alguien o algo, y se lucha consigo mismo. En el primer caso, se origina el concepto de rival, obstáculo y en el caso más extremo, un enemigo. La experiencia de que las metas o bienes son escasos, representado en la competencia deportiva con el trofeo, hace que todo aquel que quiera la misma meta sea un rival y todo factor externo que influya en contra sea visto como un obstáculo. Lamentablemente también es posible ver en el rival un enemigo, Umberto Eco escribió en su obra Construyendo al enemigo , que nosotros construimos al enemigo cuando traspasamos todo lo que nos es detestable o nos provoca miedo en alguien. Miedo y asco, es la base del constructo con el que convertimos a un prójimo, por mas rival que sea, en un enemigo. La historia nos demuestra que el enemigo es alguien o algo que se debe aniquilar y destruir. Acabar con la amenaza y todo el espanto que nos ocasiona el enemigo es la premisa de toda guerra.
Umberto Eco una vez más señala que en nuestra psique personal y nuestra comprensión colectiva se crea un muro rígido que separa lo que somos nosotros de lo que son “ellos”. Ellos no son como nosotros, no son como yo, son extraños y su forma de ser amenaza nuestra identidad. La amenaza de la diferencia hace que inmediatamente la identidad se vuelva una competencia, en la que se le lucha ya no solo por metas o bienes escasos en la que nos percibimos como rivales, si no también por los fundamentos de nuestra existencia personal y colectiva , pues está en juego quienes somos. La identidad es un concepto que merece todo un estudio, pero se construye a partir de la experiencia diaria, en la experiencia de nuestra corporeidad, de nuestras emociones y pensamientos. Necesita estar fundada en el autoconocimiento, corroborada en la familia y la cultura pero sobretodo corroborado en el amor y la comprensión. Una identidad débil magnifica algún aspecto del ser bajo la cual trata de comprender la propia existencia y reacciona violentamente frente a cualquier amenaza a ese aspecto, es el germen de cualquier fundamentalismo. La identidad cristiana está fundamentada en el amor de Dios, que es apertura y acogida de cada ser creado en su singularidad o diferencia particular.
La intolerancia se observa hasta en el deporte, en los barras bravas, en el lenguaje que denigra al rival por ser diferente. Quizá la rivalidad es algo intrínseco a nuestro mundo limitado, quizá para suprimir la rivalidad sea necesaria la renuncia y la caridad, otorgar un lugar y renunciar a él, pero la enemistad es algo que ningún cristiano debe tolerar. Segundo, en lo que respecta a competir consigo mismo, está relacionado con la perseverancia pero también con una comprensión de nosotros mismos como proyectos. Los proyectos apelan a una irrealidad, aquello que aún no soy pero quiero que se vuelva presente y real. Perseverar es una actitud que permite que el proyecto se realice. Una comprensión de que rivalizan el yo real y el yo ideal donde se lucha para que prevalezca el segundo, la tensión interna que sin embargo no debe caer en una fantasía irrealizable que vuelva aquella tensión en una tortura permanente. Saber cual es el proyecto conveniente y realizable es una ardua tarea; para los cristianos , la voluntad de Dios a través de un proceso de discernimiento es la mejor manera de descubrir aquel proyecto. Finalmente, el juego, es una actividad que ha sido largamente olvidada y subestimada por los adultos, sin mediar incentivo de por medio es considerado una pérdida de tiempo. Piénsese sobre el atractivo de los juegos de azahar si no hubiera apuesta de por medio. En el adulto, el juego ha sido absorbido por la competencia o remplazado por cualquier actividad recreativa, como los hobbies, aficiones.
En los niños, el juego es una actividad básica para el desarrollo cognitivo-motor además de una fuente de enseñanza sobre el mundo adulto y sus normas sociales. Pero el juego va más allá de la utilidad en el desarrollo, el juego es para el niño razón suficiente para hacerlo, no hay motivos, jugar es un motivo y fin en sí. Más simple aun, porque es divertido! No hay necesidad de ninguna norma, de ningún juego estructurado , todo se vuelve ocasión de juego. Benedicto XVI reflexiono acerca de la diferencia de la visión entre el niño y el adulto en relación al juego. Para el adulto es panis et circus , distracción , para el niño es algo fundamental , es diversión. Sin embargo los hombres anhelan volver a hacer algo parecido al juego infantil pero no pueden disociarlo de sus responsabilidades y motivaciones como adulto. Benedicto XVI dice que quizá es una nostalgia del paraíso, una escapatoria del mundo esclavizante y arduo. En el fondo quizá es un recordatorio de que no fuimos hechos solo para trabajar si no para ser felices.