Creo que muchos de nosotros crecimos con la palabra “chipa” en lo más insertado de nuestra mente, ya que en las paradas, en los colectivos, en los semáforos, en todas partes, se gritaba como un canto de cigarra: “CHIIIIIIPA, CHIIIIIPA, CHIPA, CHIPA, CHIPACHIPACHIPACHIPA…..”, y era ese canto de chipa, que generaba en nosotros un movimiento en el estómago, que nos llevaba a querer comprarlo, ya que es uno de los panificados más consumidos del Paraguay y es un alimento exageradamente sabroso, más solicitado en el invierno cuando se realiza una combinación perfecta con el cocido, quien no lo haya vivido no conoció lo bueno de nuestra cultura paraguaya.
Gracias a su gran popularidad fue creciendo una gran industria que llevó a la actualización del producto. Hoy día hay chipa 4 quesos, con jamón y queso, chipas gourmet y una infinidad de sabores y formas que nos sacaron del método tradicional, que solo los chiperos y en las calles y las familias que hacen esto cada semana santa lo saben.
En cada Semana Santa en mi casa realizamos la chipa religiosamente los miércoles santos, para tener chipa durante toda la semana santa, y se ha vuelto la manera en la cual la familia entera se une, y si vamos a la casa de la abuela crece la cantidad de gente, abuelos, tíos, primos una multitud de gente, que tiene la excusa perfecta para reunirse, la chipa.
Pero el real objetivo de la chipa más allá de ser un el negocio de grandes empresas y de los chiperos, es la excusa para la reunión familiar, aguantar la semana santa con la penitencia del ayuno.
El paraguayo le dio su toque al crear la chipa, para cambiar por el pan. Eso fue creciendo hasta lo que hoy día es, lejos de aquel verdadero sentido que es vivir el ayuno del miércoles y viernes santo, unidos a la mortificación de Cristo decidimos sufrir con él, para estar más unidos posible a él, vivir su pasión y muerte, y así con un alma penitente abrir el corazón y recibir las gracias de su Resurrección.
Néstor Báez, Discípulo CAl – Misión Asunción Paraguay