El resultado final es una película conmovedora. Hay que tener un corazón de piedra para no dejarse llevar por la epopeya de Fe de Pepper.
Hace unos días, después de mucho esperar, fuimos por fin con mi esposa e hijos a ver “El Gran Pequeño”, la película de Alejandro Monteverde producida por Eduardo Verástegui. Antes de ir, había leído algunas críticas en IMDb, muchas de las cuales eran negativas, centrándose demasiado en cuestiones meramente técnicas, y perdiendo de vista el eje central de la película.
Me explicaré mejor con una frase de San Francisco de Sales: «La prueba de un predicador es cuando su congregación no sale diciendo “qué sermón más bonito”, sino “haré algo”».
Creo que el mérito de una película debe medirse en tanto que mueve los corazones, más que en cuanto sea visualmente atractiva, o técnicamente correcta. La película Little Boy es una película que toma cualquier corazón humano y lo devuelve casi inmediatamente a laniñez espiritual. En la sala en la que la proyectaban habría unas 100 personas, entre familias, adolescentes y personas mayores. Muchos de ellos, a lo largo de la película, lloraron, rieron y no perdieron ni un solo detalle de la epopeya espiritual de un niño de 8 años, Pepper Flynt Busbee. Y cuando hablo de llorar, hablo de hipo y mocos.
La historia que presenta la película es una historia de amor. O muchas historias de amor, todas entrelazadas y formando un único amor. Amor de familia, amor al prójimo, amor al enemigo, amor a la patria; casi no queda amor por retratar en la película, y todos están refleados de un modo convincente y sólido.
• El Amor Paternal y Filial: Es el que se profesan Pepper Busbee y James Busbee, su padre. James es un padre presente y ocupado para un niño que tiene muchos problemas. Su corta estatura lo convierte en el hazmerreir del pueblo, y el blanco preferido del matón local, Freddie Fox. Y el Padre se convierte en su mejor amigo, el héroe de todas sus aventuras, y protagonista de todas sus fantasías. Y también a su modo de postadolescente descarriado, es el amor que intenta demostrar London, el hermano mayor de Pepper.
• El Amor Conyugal: James y Emma se aman. Y eso no se nota en gestos grandilocuentes, ni en declaraciones pomposas: se nota en la entrega total de ambos a su cónyuge y a sus hijos. El amor de los Busbee es un amor reposado y tranquilo, maduro y serio. Fiel hasta más allá de la muerte, como se encargan de demostrar ambos. Uno de esos amores que no quitan el aliento pero que hacen historia, sobre todo la historia feliz de una familia.
• El Amor a la Patria: No como un amor por encima de los otros, sino como consecuencia inmediata del amor de familia. El que demuestra el joven Busbee que quiere ir a la guerra y su frustración por un impedimento físico menor. El que demuestra James, yendo a combatir al frente, me hizo recordar la frase de Chesterton: “El Soldado no pelea porque odia a lo que tiene delante, sino porque ama a lo que deja atrás”. Ese amor será clave al finalizar la película. Pero incluso el amor a la patria dolido y envenenado, el que sienten aquellos que han perdido un hijo en la guerra y le quieren hacer pagar la culpa a un pobre inmigrante que apenas si recuerda su tierra natal.
El Amor al Prójimo: Es el gran protagonista de la película, después de Pepper. Representado en “La lista ancestral” (que no es más que los deberes de caridad corporal) que el niño debe cumplir para aumentar su Fe. Precisamente, el Padre Crispin, cree darle una gran lección al niño imponiéndole una penitencia excesiva, y el Padre Oliver se la da realmente, ayudando al niño a comprender que la verdadera fe que mueve montañas no es una fe mágica, sino que es una fe que ama a Dios sobre todas las cosas y que se ocupa del prójimo.
• El Amor al Enemigo: Es otro gran hallazgo de esta hermosa película. El “Enemigo”, tan odiado y tan temido es en el fondo otro ser humano, y otro hijo de Dios, a pesar de su incredulidad. El Señor Hashimoto, protegido primero por el Padre Oliver y luego por el Gran Pequeño, se convierte en el mentor del niño en ausencia de su Padre, y en su otro gran amigo. En el retrato de esta gran amistad es donde la película gana en profundidad y lirismo.
• El Amor a Dios: Los otros amores son melodías, perfectamente compuestas y soberbiamente ejecutadas. Pero la Sinfonía completa se llama “Amor a Dios”. El amor al prójimo no es una filantropía descarnada, sino que es saber ver en el hermano que sufre a Otros Cristos. El amor al enemigo no significa para nada una palmada de compromiso, significa tejer lazos de amistad con aquellos que en apariencia ofendieron al país, y desarrollar una amistad profunda y sincera aun a costa de la propia honra. Y todo esto lo hace ¡Un niño de 8 años! Constantemente resonaban en mi cabeza las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 18,3). El niño pasa del pensamiento mágico de la niñez a una fe probada por el dolor, y su fe sobrevive a pesar de las dificultades.
El resultado final es una película conmovedora. Hay que tener un corazón de piedra para no dejarse llevar por la epopeya de Fe de Pepper, y la prueba son las abundantes lágrimas que se derraman en cada proyección. Y allí es donde vemos con claridad lo que decía San Francisco de Sales: al salir de la película, no pensamos tanto en la Fotografía, o en los ángulos de cámara: salimos con una lista concreta de cosas para hacer: Las obras de caridad corporal son un principio, pero también replantearnos el tiempo que dedicamos a nuestra familia, el amor que prodigamos al prójimo, y cómo convertimos nuestra Fe en actos concretos: como Dice el Apóstol Santiago: “La Fe, sin obras, está, muerta”.
Fuente: catholic-link.com