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Shalom me mostró que soy hijo de Dios

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Mi nombre es Javier Francisco Kovacs Benítez. Tengo 32 años, soy paraguayo con orgullo! Fui criado como católico desde chico y a pesar de que mi familia se quebró cuando era niño, me involucré bastante con la Iglesia mientras asistí al colegio, pero esto cambió rotundamente cuando llegué a la edad de 18 años aproximadamente.

Cuando empecé la Universidad, me alejé completamente de Dios, de la Iglesia y de todo lo que tenía que ver con ella. Empecé a hacer mi vida tomando mis propias decisiones dejándome llevar por el mundo, ignorando completamente lo que Dios tenía para mí y lo que Él quería de mí. Era como cualquier otro joven en busca de la felicidad en la realización profesional, en los vicios, en las fiestas, en los amigos, y principalmente en el “éxito financiero”.

Llegué a un punto en mi vida en que realmente toqué fondo, me sentí fracasado, vacío, herido y nada tenía sentido para mí a pesar de que materialmente tenía lo que todo joven desea: departamento, auto, buenos ingresos económicos, etc. Pero Dios quien no se deja ganar en misericordia y que nunca se rinde, me regaló los instrumentos que necesitaba para poder rescatarme.

En el año 2014, cuando tenía 29 años, por voluntad de Dios, la Comunidad Católica Shalom “se puso en mi camino” cuando fui forzado a recibir a un misionero en mi departamento. Recuerdo las palabras de mi prima cuando me llamó y me dijo “Javi, estoy desesperada!!!” porque necesitaba un lugar donde recibirle al último misionero que venía para fundar la misión en Asunción. Hoy en día veo en esta escena de mi vida como el mismo Dios se ocultaba en la frase de mi prima y me decía “escúchame!!!”, “hazme caso!!!”. Esa misma noche estaba recibiendo a un misionero brasileño en mi casa, quien no hablaba español, a quien no conocía y a quien no estaba “tan feliz” de recibirle, pero puedo decir hoy que fue una de las más grandes bendiciones en mi vida, una que no merecía, pero que también es testimonio de que la misericordia de Dios alcanza a todas las personas.

Empecé a hacerme amigo de Pedro, el misionero, y luego a través de él, de los demás misioneros de la comunidad, todos brasileños, quienes estaban iniciando la obra de Dios en mi tierra. Viajamos por muchos lugares de Paraguay, les llevé a conocer lugares que eran hermosos para mí, iba enseñándoles mi país, mis costumbres y mi cultura. Compartimos muchísimos momentos inolvidables y sentía que había ganado amigos que no tienen precio.

Luego de aproximadamente 2 meses mis nuevos amigos misioneros se habían mudado a su casa y habían estado buscando una oportunidad para tenderme “una trampa”. Me hicieron una invitación para compartir con ellos, pero realmente lo que habría de ocurrir esa noche era una Efusión de Espíritu Santo. Lo que sucedió en esa Efusión cambiaría completamente mi vida, porque sentía que Dios estaba ahí, que me hablaba, que llenaba mis vacíos y que me amaba personalmente. También sentía que me llamaba a algo con Él, que había algo para mí en ese lugar. Lo primero que tuve que ajustar en mi vida esa noche fue mi agenda, ya que pasaría mucho más tiempo con mis amigos en la comunidad y empezaría a involucrarme más con las actividades. Empezaba un camino dentro de la comunidad, alcanzado por Dios a través del trabajo de evangelización de mis amigos.

Desde este momento siento que mi vida empieza a no ser más mía. Por este motivo, y en forma contradictoria, yo mismo quiero resistir dentro de mí, porque no quería perder el “control” de mi propia vida. Aun así, Dios obra y empieza a desestructurar mi interior. Empiezo una travesía personal en la que puedo ver como lo que antes tenía mucho valor para mí, deja de tenerlo, o pierde valor quedando por debajo de otros nuevos valores cristianos, algunos de ellos muy radicales para mi entender en aquel entonces.

A la vez en este camino aprendo una nueva forma de rezar, una nueva forma de alabar a Dios y también una nueva forma de evangelizar. Me siento identificado con este nuevo carisma y puedo sentir que yo pertenezco a él. Empecé a ver un rostro de Dios que no conocía, un rostro de infinita misericordia, y a su vez una Iglesia Católica totalmente diferente a la que yo tenía en mente, una Iglesia joven, alegre, feliz, profunda, comprometida, radical. Conocía jóvenes como yo en busca de felicidad y que querían ver a Dios en sus vidas, que luchaban por remar contra corriente en este mundo que nos arrastra, y que sentían la plenitud en sus corazones.

Quería entregar cada vez más, pero contradictoriamente me resistía, no sé bien por qué, pero creo que era el “hombre viejo” que había tomado forma en mi interior durante tantos años alejado de Dios. Como reflejo de este deseo de resistirme, decido ir a EEUU a visitar a mi familia que vive ahí y me quedo por unos cuantos meses. Durante este tiempo pude vivir un desierto en el que Dios me mostraba como podría ser una vida nuevamente sin Él, vacía, sin sentido. Gracias a este desierto, y forzado por las circunstancias, decido volver a Paraguay, y al volver me encuentro con el Congreso de Jóvenes Shalom, en Asunción.

Fue al ver la obra “El Canto de las Irias” donde una vez más Dios me decía quien era yo sin Él, podía ver un camino de perdición, ya que me sentía totalmente identificado con el Hombre en esta obra: era yo!!!

A partir de este momento mi decisión adquirió más firmeza y me involucré muchísimo en la comunidad. Participaba de las actividades de la comunidad, me dejaba configurar por Dios a través de las diferentes formaciones, aporté en los eventos kerigmáticos como el Camps, conciertos, etc. y formé parte del staff del ministerio de música de la misión de Asunción. Luego vinieron los retiros de Semana Santa donde tuve la oportunidad y el privilegio de actuar (nada menos que de Jesús!), también participé y serví en retiros, Seminarios de Vida en el Espíritu Santo, fiestas cristianas, etc., donde me sentía plenamente feliz viendo como otras personas tenían una experiencia personal con Jesucristo Resucitado, el que pasó por la cruz.

Al año siguiente, 2016, hice por primera vez el camino vocacional. Fue un camino de profundización dentro del carisma, donde pude conocer realmente la comunidad en todos sus aspectos y pude apreciar como este camino es un camino de salvación, que no es fácil, tiene sus luchas, pero que al fin y al cabo te hace completamente feliz. Pude ver cómo entre hermanos de comunidad nos podemos ayudar en este camino de seguir a Cristo en un mundo que te enseña a pensar sólo en uno mismo y a muchas veces rebajar a otros para conseguir lo que uno quiere.

En la actualidad y luego de un discernimiento realmente muy difícil, me mudé a EEUU dejando todo atrás y lanzándome en las manos de Dios. Conocí la misión de Boston y a la gente que la componen, quienes me recibieron con una inmensa apertura y alegría.

Tuve un problema de salud muy grande aquí, tanto que estuve al borde de la muerte y hasta tuve que lidiar con ella por algunos minutos. Con esto Dios me muestra nuevamente su inmensa misericordia, impagable e insuperable. Puedo percibir como la oración de todos mis hermanos de la comunidad tuvieron su efecto en mí y veo como Dios me regala hermanos, amigos, en todo el mundo, en todos los rincones de este planeta.

Por segundo año estoy en el camino vocacional (esta vez en Boston). Me siento totalmente en las manos de Dios porque en este camino voy descubriendo día a día cuál es la voluntad de Dios para mi vida y a pesar de todas las luchas con el “hombre viejo” puedo sentir esta paz profunda que solo Dios es capaz de brindar. También puedo ver como Dios hace nuevas todas las cosas en mi vida, muchas veces hasta literalmente porque hace y deshace todo lo necesario para que yo pueda crecer en santidad y como persona.

Bajo su gracia quiero que Él permita que yo pueda seguir en este camino, apoyado por muchísimos hermanos y amigos que me han marcado y que sin ellos el rostro de Dios no habría podido ser revelado ante mí. Tantas personas forman parte de mi historia y de alguna forma me han ayudado a formarme, algunas de ellas más que otras.

Doy gracias a Dios por esta comunidad porque ella es salvación para mí y para tantas personas. Creo que Dios regaló Shalom al mundo para que muchos jóvenes puedan conocerle y vivir cerca de Él y de esta forma ser plenamente felices. La vida misionera a la que Dios nos llama invita a la evangelización de una forma nueva, joven, radical, apoyado fuertemente en las artes, y creo que esta es la forma de convertir al mundo de hoy.

Javier Kovacs


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