Formación

Homilía del Cardenal Farrell durante la inauguración del Centro de San Lorenzo

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Queridos jóvenes, queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Con la celebración de esta Santa Misa queremos inaugurar oficialmente las actividades del Centro Juvenil Internacional San Lorenzo, que, a partir de este año, será confiado a la Comunidad Católica Shalom. La obra que adelanta este centro, desde hace más de 30 años, consiste esencialmente en un servicio de acogida a los jóvenes, y precisamente el Evangelio a penas proclamado puede ser de gran ayuda para entender el espíritu justo con el cual vivir este servicio.

A los discípulos que discutían quién sería el más grande entre ellos, Jesús les enseña que, quien es el “más pequeño” entre ellos es, en realidad, el “más grande”. Y explica sus palabras acercando a un niño y diciendo que quien lo acoja en su nombre, lo acoge a Él mismo. Podemos evidenciar dos aspectos a partir de las palabras de Jesús.

La atención se pone, principalmente, en la acogida de Cristo: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí”. Un verdadero discípulo del Señor es aquel que se ha hecho “pequeño” porque se ha vaciado a sí mismo. No está guiado completamente por sus ideas, por sus ambiciones, por sus deseos de autoafirmación y de reconocimiento de los demás, por el contrario, se ha liberado de sí mismo y ha aprendido poco a poco a “llenarse de Cristo”. Su corazón se ha enriquecido de la amistad de Cristo, del deseo de seguir en todo su santa voluntad, de responder al llamado que ha recibido de Él, porque ha probado Su misericordia y Su inmenso amor. Este discípulo, que se ha vuelto niño, es ahora un “portador de Cristo”, y por tanto, quien lo acoge a él, acoge a Jesús mismo. Éste, entonces, no inspira temor con su presunta superioridad intelectual, moral o espiritual, sino que se deja acoger por los otros, con humidad y sencillez, sabiendo que acogiéndolo a él, acogerán también a Cristo, el único que puede consolar y llenar el corazón humano.

Queridos amigos, ésta es la primera invitación que el Evangelio les hace a todos ustedes. En su vida personal, en su vida de oración y en todas las actividades que harán en este centro, aprendan a ser “pobres de ustedes mismos” y aprendan a “llenarse de Cristo”, de Su Espíritu, de sus palabras, de Sus sentimientos, de Su mirada de compasión por cada criatura.

Un segundo aspecto para subrayar respecta en cambio a la acogida que ustedes mismos ofrecerán a los jóvenes que vendrán. Son llamados a ver en ellos a los “pequeños” del Evangelio, esos niños indefensos y necesitados de cuidado que deben ser acogidos, porque en ellos acogerán a Cristo mismo. Escuchando sus preguntas, haciéndose cercanos a sus sufrimientos, a sus dudas, a sus preocupaciones, descubrirán que en tantos jóvenes hay un deseo vivo de ser entendidos y aceptados sin ser juzgados, de establecer vínculos auténticos de amistad y de fraternidad, y de encontrar, justo al interior de estas relaciones humanas auténticas, la vía hacia la Verdad.

Es un servicio  de escucha que necesita tanta caridad, paciencia y apertura mental, porque cada persona es única y viene de diferentes experiencias de vida.

¡Se trata de tener un auténtico espíritu misionero! Todo aquel que trabaja con los jóvenes debe tener este espíritu. El mundo juvenil, de hecho, es un ámbito esencialmente misionero, porque requiere la capacidad de ir al encuentro de las personas, generalmente diversas de nosotros, que aparentemente parecen estar lejanas de Dios; requiere la capacidad de llevar en modo sencillo y eficaz el primer anuncio del Evangelio, la capacidad de ser creíbles anunciadores y la capacidad de involucrar y atraer a los otros, a través de nuestra alegría. Nos ayuda en esto la memoria litúrgica de Santa Teresita del Niño Jesús, que hoy celebramos, patrona de las misiones, joven santa enamorada de Jesús.

Queridos amigos, los invito entonces, de manera particular, a poner en sus intenciones de oración el Sínodo sobre los jóvenes que está por iniciar, para que suscite en la Iglesia un nuevo amor a los jóvenes y un nuevo impulso misionero, para superar los miedos y prejuicios, y sentir con fuerza el deseo de llevar a todos los jóvenes la luz del Evangelio.

Que la Virgen María, Santa Teresita del Niño Jesús y San Juan Pablo II, creador de este centro, asistan y bendigan a todos aquellos que prestarán su servicio en el Centro San Lorenzo para el bien de los jóvenes.

Amén.


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