Shalom

En una emocionante carta, una misionera Shalom describe el período de la pandemia en Angola

Es necesario quedarse en casa, obedecer las orientaciones del distanciamiento social, usar máscaras y alcohol-gel. Mas no hace falta cerrar nuestros ojos y corazón para aquellos que hoy Cristo nos envía. ¡Shalom!

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Al leer el pasaje bíblico de Jn, 20 19-31, repensé mi consagración, en mi oferta de vida en favor de un pueblo. También En la forma en como vivo mi consagración en el tiempo de la pandemia.

 

“Yo os envío”

Otra vez, me siento enviada, ofrecida, entregada a un pueblo especial. Como misionera, hoy vivo en el Continente Africano, específicamente en Angola. Siempre tuve el sueño de conocer África, de tocar el origen de mi historia. Amo mi Pueblo, amo tocar la vida de cada una de las personas que el Señor Resucitado nos presenta como comunidad. 

Por ello, (por la habitual proximidad) vivimos un tiempo difícil y que quedará en la historia de la humanidad. Un tiempo que va a marcar la vida de la humanidad. La pandemia del COVID-19 llegó de un momento a otro y cambió lo que se pensaba fuese imposible cambiar. Seremos testigos del mundo que fue y del que será tras esta pandemia.

Angola

Angola es un país del África subsahariana, rico de naturaleza, belleza y tradiciones. Aquí vive un pueblo luchador y alegre, por ello, un país que tiene cuidado de sus hijos. Mientras escribo, dos veces tocan nuestra puerta. Ciertamente, durante este día crecerá el número de pedidos de comida. Varias veces tenemos que dejar nuestros quehaceres para atenderlos. 

¿Y quiénes son éstos que nos interrumpen? Son los pobres, son mis hermanos, son quienes por los que fui enviada, o mejor, por quienes fuimos enviados. Aquellos que conocíamos a través de los documentarios de la TV, en los reportajes de los telediarios, aquellos que, varios de nosotros, se llenan de emoción y hasta lloran cuando les vemos. Hoy los toco, hablo con ellos, siento su olor, veo su hambre, escucho sus lamentos y contemplo su sonrisa de gratitud.

 

El mayor miedo es el hambre

Aquí, así como en varias partes de los países pobres, ellos no están confinados en sus casas; muchos de ellos no tienen una casa. No están preocupados con el ‘qué comer’, apenas quieren “matar” el hambre. Sufren de ansiedad, mas no se llenan de chocolates; ni llaman a los fast food para comer algo diferente. No compran máscaras, no usan alcohol en gel, no lavan sus manos varias veces al día. No tienen miedo de contraer el corona virus; sólo tienen miedo del hambre, porque el hambre si lo conocen, el COVID-19 aún no. 

Muchos pierden hasta la esperanza de tener una pequeña refracción durante el día, o de encontrar alguien que pueda ayudarles a saciar el hambre y siendo aquel canal de esperanza. Aquí encuentro la concretización de la Resurrección de Cristo en mi vida: “Yo les envío”. En la homilía de Papa Francisco en el Domingo de la Misericordia, él nos dijo: “El Domingo pasado, celebramos la resurrección del Maestro, hoy asistimos a la resurrección del discípulo”. O sea, es la mía, la nuestra, resurrección, es nuestro envío y de nuestro tocar las heridas, las llagas de aquel que Resucitó primero y se deja tocar el cuerpo. No puedo ser indiferente.

 

Esperanza para Resucitar

 Resucitar aquí en Angola es devolver la “ESPERANZA” aquellos que como yo también viven este tiempo de pandemia. Aquellos que tocan nuestra puerta no son simplemente pobres, son hombres y mujeres, jóvenes y niños que necesitan encontrar un mirar y una sonrisa de esperanza. Cristo nos envió también para ellos.

No puedo quedarme confinada en mi casa, mirando y adorando mis muertes, ansiedades, miedos. Necesito salir, no un salir de casa, mas salir del centro. Contemplar el Cristo que nos dice: “La Paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, yo os envío”. “Hay más alegría en el dar que en el recibir” (At. 20,35). Esta frase es real. Cuando se habla en dar, pensamos en bienes materiales, mas, no sólo de pan vive el hombre. Necesitamos darnos a nosotros mismos. Incluso con la cuarentena podemos darnos, ofrecernos, curar las heridas de los otros.

 

Son los pobres quienes saben compartir

Tal vez nuestra puerta, sea la última esperanza para muchos niños y enfermos. Sé que no puedo salir, mas puedo mirar desde la distancia (indicada por las autoridades sanitarias). Puedo dividir mi chocolate con un niño, puedo entregar un bocado de arroz, fubá (comida hecha con harina de maíz), de pasta, etc. Es poco, mas sólo los pobres saben compartir.

Ayer, por la noche, a eso de las 20.00, tocó a nuestra puerta una niña. Uno de los misioneros le preguntó por qué venía a estas horas. Ella respondió: “en casa no tenemos comida y no logramos dormir con hambre”. No podemos dejar que la pandemia nos endurezca (el corazón), nos centralice en nosotros mismos. Cristo Resucitó, necesitamos devolver la Esperanza a quien ya no la tiene.

Es necesario quedarse en casa, obedecer las indicaciones del distanciamiento social, usar máscaras y alcohol-gel. Mas no hace falta cerrar nuestros ojos o nuestro corazón para aquellos que, hoy, Cristo nos envía. ¡Shalom!

 

“¡La paz esté con ustedes! Cómo el Padre me envió, yo les envío”

Benivalda Carvalho, Responsable local Shalom en Angola

Traducción: Manuel Quezada

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