A partir del presente artículo, se inaugura una Serie Especial sobre los vicios. Mostraremos también las virtudes necesarias para combatirlos.
¿Qué tal si cambias vida a partir de ahora?
A fin de cuentas, ¿qué es un vicio?
El término vicio viene del latín vitium, que significa “falla” o “defecto”. Esta ‘falla’ hace referencia a una indisponibilidad de la persona, en relación a su naturaleza y al fin al cual ella viene ordenada (dispuesta).
El hombre fue creado para el bien, y el vicio es una disposición al mal; entonces el hombre con vicio posee una falla o defecto en relación a la realización del fin para el cual él fue creado según su naturaleza.
Por ello, Santo Tomás de Aquino afirma en la Suma Teológica: “se llama vicio lo que ves faltar a la perfección de la naturaleza” (ST I-II q. 71, a.1. Pág. 291).
Una duda muy común que se verifica cuando se habla de los vicios es la identificación de éstos. ¿Qué es un vicio? Y ¿que no lo es?
Para responder a esta pregunta, dos cosas son fundamentales.
En primer lugar, se debe tener claro aquello que es el bien moral y el mal moral, o sea, tener claro, lo que es bueno o malo, lo que conviene o no al hombre realizar según la voluntad de Dios y, en consecuencia, que afecta a su santidad y felicidad.
En segundo lugar, tenemos que conocer cuál es la diferencia de lo que es la ‘tendencia al mal’, el ‘acto malo’ y el ‘hábito malo’.
Herencia del pecado original
El primero se trata de aquello que la Tradición de la Iglesia Católica indica como ‘concupiscencia’. Esta hace que el hombre desee satisfacer sus apetitos, en forma desordenada.
La tendencia concupiscente es universal, o sea, está presente en todo ser humano como herencia del pecado original. Con todo, no podemos olvidar que ella es apenas una tendencia.
El segundo es el ‘acto malo’, que bien conocemos como pecado; término que significa “salir de la ruta”, “errar el blanco”. La palabra clave para entender este punto es “consentimiento”.
Para que haya pecado es necesario el consentimiento. San Agustín (de Hipona) es claro cuando afirma que “todo pecado es de tal modo voluntario, que no siendo voluntario no es pecado”.
La libertad de escoger
Antes del deseo, desordenado por la tendencia concupiscente, el hombre tiene la opción de consentirlo o resistirse a él.
Cuando éste escoge el mal, transgrediendo la ley de Dios para satisfacer sus apetitos, estamos en presencia de un acto pecaminoso. No cabe aquí hacer un elenco de las graves consecuencias del pecado.
El tercero es el hábito malo, generado por la repetición del acto malo, es denominado ‘vicio’.
Enseña el Catecismo (de la Iglesia Católica):
“El pecado arrastra al pecado; genera el vicio, por la repetición de los mismos actos. De allí resultan las inclinaciones perversas, que oscurecen la consciencia y corrompen la apreciación concreta del bien y del mal. Así, el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, aunque no pueda destruir radicalmente el sentido moral” (CIC 1865).
Hablamos sobre el tema del hábito en el libro ‘Virtudes: camino de imitación de Cristo’ 1, en el se señala que el término latino habitus indica habitación, morada, permanencia; y como este predispone la realización de los actos, tanto aquellos buenos cuanto los ruines, como indica Santo Tomás de Aquino.
Disposiciones
Los vicios son disposiciones al mal.
No consisten solo en una caída, es decir un acto pecaminoso aislado que pudiera haber sido provocado por una circunstancia particular, mas de un estado de verdadera descomposición interna, que influencia costumbres y afectos.
Estamos hablando de un estado terrible y preocupante. Existen algunos vicios que son llamados “capitales”, porque generan muchos otros pecados y vicios.
La Tradición de la Iglesia Católica enumera siete: orgullo/soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula e pereza/acidia (cf. CIC 1866).
Santo Tomás de Aquino también les define como “aquellos cuyos fines tienen ciertas razones primordiales para mover el apetito” (ST I-II q. 85, a. 4. Pág. 455).
Fray Patricio Sciadini, recurriendo a la tradición mística carmelita, les define como “una presencia destructora de los valores de la gratitud y del amor y que, desde el inicio del camino espiritual, deben venir superados y vencidos”.2
La plenitud de vida es posible
Es sobre ellos (los vicios provocados por los pecados capitales) que reflexionamos. Identificándoles, será más fácil extirparles de nuestra vida.
Recordemos, al seguir ésta serie, de las palabras del autor de ‘Imitación de Cristo’, Tomás de Kempis:
Si cada año extirpásemos un sólo vicio, en poco tiempo seremos perfectos.
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¹ LÉNIZ, Juan José. Virtudes: caminho de imitação de Cristo, p. 40-41. Edições Shalom, 2020.
2 SCIADINI, Patricio. Os vícios capitais e seus remédios, p.11. Edições Shalom, 2007.
Traducción: Manuel Quezada