Algunas cosas ya están dentro de nosotros. Ellas sólo florecen, toman fuerza, con el correr del tiempo…
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Recuerdo mi primer viaje en avión, en la Navidad del 2000, a mis 4 años, cuando decía: “Yo sé que Papa Noel me va a acompañar. Escribí en la cartita que no estaría en casa en Navidad. Será que él va a entender que no siempre estaré en casa, mamá?” (risas).
Ahí comenzó mi primer gran aventura. Muchas más vinieron después. El llamado de ir en misión era una semilla que precisaba ser regada para crecer. Ese fue el papel que la Comunidad Católica Shalom desempeñó conmigo. Y con mucha maestría.
A lo largo de mi juventud, con la decisión de vivir constantemente en misión, conocí rostros, culturas y estilos de vida muy diferentes al mío. Y sabía, en el fondo, que un día iría tan lejos, pero tan lejos, que estos rostros desconocidos – algunos hasta olvidados – serían aquellos que yo llamaría de familia. El hogar es donde vive el corazón.
Encontré descanso en establos de chapa en África. Fui amada por sonrisas de personas simples y muy diferentes de mí, en el suburbio de Polonia. Fui guiada por una gentil española cuando me perdí en una ciudad en el corazón de Europa. Descubrí el sentido de familia junto a padres de seis hijos en Costa Rica. Fui abrazada por una mejicana repleta de amor. Escuché los dolores de una ecuatoriana joven llena de sueños. Compartí comida con una Chilena que quería conocer más sobre mí. Contemplé el júbilo de una hermana australiana. Lloré con una India que estaba comenzando a descubrir la vida en Dubai. Abrí, abrí, abrí mis compuertas.. y adivinen qué pasó…
En los confines de la tierra, descubrí el sentido de mi vida haciendo florecer en los otros el sentido de sus vidas.
Quise poblar el territorio del alma del hombre extrangero, que sin siquiera conocer mi rostro, me dio de comer y de beber. Quise donarme hasta el fin para que la belleza del verdadero Amor brillase en mis rasgos cansados. Arreglé mi valija, la desarreglé de nuevo.. descubrí que en Cristo somos un solo pueblo. Y con Él, somos llamados a dar todo. Si, todo!. Todo. Sin reservas. La verdadera felicidad consiste en gastar la vida generosamente…
Existe una belleza que sólo toma forma cuando nos donamos por entero. Ser voluntario es tener el corazón siempre en la mano, con la certeza de que una vida ofrendada vale la pena: el no ya no es una opción.
Un corazón alargado siempre quiere ir más lejos. En el fondo, el Amor es sobre eso. Y qué bueno que lo encontré. Papá Noel ya no está más conmigo. Pero el Papá del Cielo me acompaña en cada nueva misión.
Traducción: Nicole Massonnier