Desde niña sentía que hacía falta “algo” en mi vida, en mi familia, en mis sueños y aspiraciones; “algo” que no me permitía ser plenamente feliz, era un poco raro, no le encontraba explicación… pero en muchas ocasiones caían lágrimas de mis ojos. Y, claro, intuía que este “algo” era Dios… sin todavía entenderlo del todo, me aboqué a Su búsqueda (realmente, no lo había planeado, me impulsaba mi corazón inquieto por sed y hambre de Dios); fue así que participé de muchos movimientos protestantes, no católicos. Las experiencias que viví, en dichos movimientos, no lograban hacer que mi corazón se sintiese en su lugar, por lo que no perseveré en ninguno. Mi refugio fue la conquista de mis proyectos personales; yo provengo de un barrio humilde así que mi sueño era superarme y ayudar a mi familia. Y así fue que destaqué en el colegio estatal donde estudié. Lo que me resultó muy útil para ingresar y completar los estudios en la carrera de Contabilidad de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Aunque sentía que estaba logrando lo que tanto soñé, una vez más vino a mí ese: falta “algo”, y ese “algo” pronto vino a mí; no fui yo a Él, de hecho, Él tuvo la iniciativa.
Providencialmente en 2009 me llegó una invitación de la Capellanía (Pastoral de la universidad), era para realizar los sacramentos. Yo “vivía” en la biblioteca y la Capellanía quedaba a pocos pasos de ella, Dios no pudo ser más estratégico… ahí conocí a la Hna. Mirian, Misionera Idente, ella me acogió muy, pero muy bien, tenía la sonrisa de alguien muy feliz, tanto que me dije a mi misma: “esta felicidad es la que yo quiero”. Fue así que comencé a amar a Dios y a su Iglesia… al final de ese año recibí, a los 18 años, los sacramentos del bautismo, la primera comunión y la confirmación. Inmediatamente, intenté perseverar con las Misioneras Identes, pero percibía que no era ese mi lugar… sentía que mi corazón anhelaba crecer en amor a Dios junto con otros jóvenes como yo. Dios, sin duda escuchó mi corazón, y en el 2011 un amigo me presentó a la Comunidad Católica Shalom.
Por fin, después de tanta búsqueda, mi corazón se sentía en casa; este, sin duda, era mi lugar; el carisma Shalom era lo que yo había querido siempre, y no sabía que existía; y el encontrarlo fue como encontrarme a mi misma. Jóvenes misioneros viviendo una vida radical de seguimiento a Cristo… me parecía tan fuera de lo común, tan loco que, lejos de causarme rechazo, me atraía de una forma increíble. En Shalom tuve una experiencia profunda con la persona de Jesús, con su amor paciente y misericordioso. La vida de reconocimientos y logros profesionales que siempre busqué fue eso lo primero que el Señor comenzó a purificar. Hacerme humilde y desprendida de mis planes… esto fue y sigue siendo una gran obra de Dios en mi Vida. Él fue convirtiéndose en mi centro y mi todo, mi vida y mis planes ya no me pertenecían más, Él tomó el control, sólo soy una prisionera de su amor y sólo puedo atestiguar que este cautiverio me hace cada vez más libre.
Ingresé a la Comunidad de Alianza en el 2015 y desde ese entonces mi vida es una aventura que decido vivir, no a partir de mis fuerzas sino a partir de la gracia de Dios y con un objetivo muy claro: La Santidad. Como miembro de la Comunidad de Alianza comprendí que el ser misionera es parte de mi identidad y consiste en que, todo en mí (y en todo lugar: Trabajo, Facultad, Familia y Amigos) comunique el evangelio. Nosotros en el carisma Shalom estamos llamados a una evangelización explicita, desde que somos aceptados como discípulos portamos una Tau en nuestro pecho, un signo visible de nuestra adhesión a Jesucristo; signo visible que suele originar rechazo en nuestra sociedad, pero todo lo hacemos en pro de la evangelización. Mi vocación no es para mí, es siempre en favor del otro, de un pueblo, de una misión.
Dios comenzó a hablarme de “partir en misión”, en un momento en que tenía varios temas en estado incipiente en mi vida: tenía pocos meses de haberme mudado de casa, estaba buscando trabajo, estaba madurando en el cuidado de una casa y aprendiendo a convivir con mis hermanas de comunidad (Melisa, Maida y América); todas éramos primerizas en la aventura de salir del hogar, pero queríamos lanzarnos al cuidado absoluto de Dios y vivir una mayor radicalidad de nuestro llamado. Así que estando en pleno proceso de aprendizaje y, sobre todo, ordenamiento de mi vida… Dios me pedía que entregue mis amores: familia, hermanos de comunidad, amigos, planes de estudio y trabajo. Y, finalmente, cuando todo comenzaba a estar en adecuada armonía… fue ese el momento en que el Señor me pedía que dejara todo y me hizo experimentar de su palabra: Job 1, 21 «… Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!». Él me preparó para responder, una vez más, a su voluntad. Él me hizo vivir muchos desafíos para madurar mi respuesta. Y así fue que, partí en misión convencida que lo que emprendí en la aventura de salir de la casa de mis padres, por una inspiración de Dios, era solo el principio de una obra de purificación en vista de ratificar mi llamado, en todos los aspectos.
Ser Alianza Misionera es ofrendar tu vida, durante un tiempo determinado, viviendo en los moldes de la Comunidad de Vida, lejos de tu misión de origen. Ya viviendo esta experiencia comprendí que la renuncia mas grande que uno puede hacer es el dejar de ofrendar su vida, de la forma a la que fue llamado. Recuerdo que, en una adoración comunitaria, el Señor motivó que le entregáramos lo más preciado que teníamos, yo me saqué mi Tau y se la ofrecí en el altar con un dolor que sólo reconocí en ese instante. Reconocer ese dolor (este sólo existe cuando hay una ofrenda real), me ayuda a comprender que las dificultades en este tiempo de misión, no son motivos para desistir y regresar; por el contrario, este dolor, es sinónimo de una fecundidad que alcanza a mi actual misión en Paraguay, a mi misión de origen, a mi familia y amigos en Perú. La pandemia es un “plus” que Dios ha hecho coincidir con este tiempo en misión, llegué prácticamente en noviembre del año pasado y la cuarentena aquí comenzó el 10 de marzo, estimo que fue muy poco tiempo para conocer y amar al pueblo; pero el Señor tenía todo controlado. En este tiempo de pandemia he sido formada significativamente en el amor al otro: Dios, hermanos de casa, hijos espirituales y obra.
Esta vida comunitaria tan intensa (todo lo realizamos en casa: Vida contemplativa, Apostolado, esparcimiento) a la que el Señor me introdujo, me ha ayudado a amar al pueblo paraguayo, ya que resulta necesario primero abrazar y amar a mis hermanos de casa (de diversas nacionalidades); esta dinámica va siempre de adentro hacia fuera. Lo que viví y vivo en este tiempo es para mí como un divisor de aguas, en cuanto a mi amor al cuerpo comunitario; es tan cierto que no podemos amar lo que no conocemos, yo no conocía a la Comunidad de Vida como la conozco ahora; por eso mi amor a la “Comunidad” es mayor, y por consiguiente también mi amor a Jesucristo. Él es la vid y nosotros sus sarmientos, el verdadero fruto solo proviene de esta Vid y sus sarmientos. Tú que eres parte de la Comunidad de Alianza, te animo a que respondas al Señor, Él ya soltó en su palabra, su deseo: ¿A quién enviaré? Entonces, no dudes que “partir en misión” es parte de tu llamado; no tienes nada que perder, solo ganar más amor y del auténtico. Te animo a correr a los brazos del Padre Celestial y dejarte sorprender por su Providencia Divina que nunca decepciona.
Lucerito Alvarado, es peruana y Consagrada de la Comunidad de Alianza. Vive, como “Alianza Misionera”, en Asunción – Paraguay.
Conocerte fue parte de la Providencia Divina, ser mi hermana en Cristo es un regalo de Dios para mi vocación. Te quiero mucho.!!
Siempre orgullosa de tener una amiga como tú, santa, y con deseo de ofrendarse más y más por amor a Dios y a la misión, mi gratitud inmensa Luche, te quiero mucho 🇵🇪 y siempre rezo por ti 😇 ¡preciosa hermana! 💫