La Iglesia, como Madre y Maestra, nos enseña la importancia de guardar silencio en algunos momentos de la liturgia y es preciso aprender a vivirlos. Por eso, después de las lecturas o de la homilía se recomienda un silencio meditativo para interiorizar el misterio que acaba de ser proclamado, al modo del rumiar por el cual algunos animales aprovechan todos los nutrientes de los alimentos, en nuestro caso es llevar de la mente al corazón la Palabra para ir profundizando lo que Dios nos transmite; también, al concluir la comunión, es muy conveniente el momento de silencio que ayuda a entrar en diálogo con Aquél que hemos recibido sacramentalmente.
Aquel Sábado Santo fue un día de silencio, de meditación, contemplación de lo sucedido los días anteriores. Después de la Última Cena del Señor, de la Pasión y Muerte en Cruz, después de todo el ruido generado por las turbas que acompañaban a Jesús en el Camino de la Cruz, algunos movidos por la compasión hacia el Maestro, otros por el rechazo de Aquél que pretendía ser Dios, finalmente, otros estarían allí por simple curiosidad. Después de todo aquello, el silencio que brotaba del Santo Sepulcro era lo que domina el ambiente de Jerusalén, por ahí se escucharían los sollozos de la Virgen María y de las otras mujeres que habían acompañado Jesús en su Pasión, el tormento de Pedro por su debilidad en las negaciones. Sin embargo, de a poco irían retornando al Cenáculo, para encontrarse en comunidad bajo la protección de María, esperando que se cumpla lo que el Señor había anunciado, la Resurrección.
Del mismo modo, en el desarrollo del Triduo Pascual, después de los misterios que encierran las Celebraciones del Jueves y Viernes Santo (Eucaristía, Orden Sagrado, Redención, etc.), el Sábado Santo es el silencio litúrgico que nos permite meditar y contemplar los sacramentos de nuestra salvación, para ir purificando la conciencia y rectificando nuestra intención de seguirlo a Jesús y, de tal modo, interiorizar y profundizar la vivencia de nuestra fe. Además, el Sábado Santo es un silencio afirmado en la convicción de la victoria de Nuestro Señor Jesucristo sobre el pecado y la muerte, que aumenta nuestra esperanza para la Celebración de la Vigilia Pascual, donde ese silencio y esa esperanza sean colmados con el anuncio gozoso de la Resurrección del Señor.
– Padre David Bertinetti
Sacerdote de Fasta