Desde que era niña me enseñaron a conocer el amor a Dios, mi abuelita siempre se encargó de hacernos aprender todo lo que ella sabía de Él, pero lo que más caló en mí hasta hoy, es que vivir con Él te ayuda a ver los momentos más difíciles con mucha paz y esperanza.
Uno de los momentos más dolorosos en mi vida, fue cuando mi abuelita partió a la casa del Padre; fue así que busqué refugio en el ser que ella más amaba, busqué refugio en Dios; ya que yo había sido testigo de cómo Él cuidó de ella, en todo el tiempo de su enfermedad, sabía que Él me ayudaría a superar este dolor.
Definitivamente, la pérdida de mi abuelita fue el mejor pretexto de Dios para conquistar mi corazón, desde ese día inicié un camino de subidas y bajadas junto a Él, un camino que no es fácil pero que me llena de mucha paz.
Cuando conocí la Comunidad Católica Shalom, yo ya había participado 8 años en otra comunidad kerigmática llamada EPJ (Encuentro de Promoción Juvenil). Salí de aquella comunidad porque sentía que el Señor quería otro camino para mí, anduve por algunas otras comunidades pero con ninguna de ellas me identifiqué. Cuando, por primera vez, llegué a un centro de evangelización de Shalom, sentí, claramente, en mi corazón: “éste es tu lugar”. Nunca olvidaré mi primera oración comunitaria, fue tan fuerte que ni sentí cómo pasó el tiempo; allí descubrí qué era lo que el Señor quería de mí, Él se convertiría en el centro de mi vida.
No voy a negar que los primeros dos años, que estuve como parte de la “obra” Shalom, fueron realmente una lucha entre la voluntad de Dios y la mía. Vivir la radicalidad del evangelio se me hizo muy, pero muy, difícil; era como si nunca hubiera conocido esa parte del camino con Dios y para ser sincera no me gustaba vivirla… Luché durante dos años pidiéndole a Dios que me sacara de aquella comunidad y me enviara a otra que fuese más fácil… hasta que en 2014 por mandato expreso de Dios y no por mi voluntad, ingresé al “año vocacional”, durante ese año viví la experiencia más hermosa de mi vida, tuve mi encuentro personal con el Espíritu Santo, yo nunca había participado de un Seminario de Vida en el Espíritu Santo (SVES) y no porque la comunidad no me dejara, sino porque según yo, ya conocía todo y no necesitaba de ese retiro para seguir caminando con Dios. Yo tuve mi experiencia con el Espíritu Santo sirviendo en un SVES. Fue un momento tan fuerte que, prácticamente, sacó una venda muy gruesa de mi vista… Desde ese momento dejé de luchar con Dios y me decidí a vivir plenamente lo que Él me iba pidiendo.
Cuando terminó mi primer año vocacional y era tiempo de enviar carta para pedir ingreso a la Comunidad, algo dentro de mi aún no se convencía y Dios me dijo: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédula, sino creyente” (Jn 20, 24–29) es cuando supe que era tiempo de dejar todo y partir en misión, fui enviada a la misión de Brasilia como joven en misión, no sabía si regresaría a casa, pero ese no era mi mayor miedo, mi mayor miedo era que me esté equivocando y no hacer la voluntad de Dios; y aunque fue una gran batalla, no contra mí misma sino contra las cosas que se iban presentando en el camino. Mi fe se hacía cada vez más fuerte… Doy gracias a Dios por mi tiempo en misión en Brasilia porque todo lo que viví allí, es lo que hoy me sostiene para ser firme en mi SÍ de cada día, pues conforme iba renunciando a mis planes, sabía en mi corazón que no los estaba perdiendo (para siempre) sino que se los entregaba a Dios para que Él me los devuelva en el tiempo y en la circunstancia que realmente sean para mi real felicidad… En una vida hacia la Santidad. Así experimenté la pobreza de mi propia voluntad.
Hoy estoy a la espera de la Misa en la que realizaré mis primeras promesas. Contemplo todo lo que ya caminé y compruebo lo que decía líneas arriba… Él no eliminó mis planes, Él me los transformó para regalarme una verdadera felicidad, ser Shalom no sólo convirtió mi corazón y neutralizó mi rebeldía sino que también actuó en mi familia; ellos tenían muchas dudas al inicio de toda esta aventura, ahora ellos contemplan las gracias de mi SÍ a Dios, porque ese SÍ no es para mí exclusivamente, es para toda la humanidad que sufre y que necesita de ese amor que sólo Dios puede dar.
Sé que aún me falta mucho por recorrer, todos los días me repito:
“Este es el lugar, la comunidad y la familia donde cada día descubro realmente quien es Dios y quien soy yo”.
Melissa Gupioc Necochea, es peruana y Discípula de la Comunidad de Alianza (esperando por sus primeras promesas) de la Misión Lima. Reside en Lima – Perú.