Mi nombre es Gladys Nalvarte, soy peruana. Estoy casada con Carlos Eduardo y soy la madre de Mariana (10 años). A la edad de 24 años, fui a Brasil para cursar la Maestría y Doctorado en ingeniería mecánica. Después de terminar mis estudios, empecé a trabajar en una empresa Noruega con sede en Río de Janeiro; fue en ese tiempo que tuve mi primer contacto con la Comunidad Shalom, hace ya casi 12 años.
Allí yo iba para mi grupo de oración, era parte de la obra Shalom y participaba de la Misa diariamente. En la comunidad tuve mi encuentro personal con el amor de Dios, tuve la experiencia de efusión en el Espíritu Santo y mi vida fue gradualmente teniendo más significado. Frecuentaba los retiros y cursos de la comunidad, fue así que aprendí sobre la oración personal. Fue un tiempo de mucho aprendizaje, pero nunca me sentí parte de la comunidad realmente. Me consideraba más como un satélite que giraba alrededor de la comunidad, pero siempre en el exterior.
En el 2011, Mi pequeña familia y yo nos mudamos a Noruega por motivos laborales. Dejé Brasil, mi casa, mis amigos, mi seguridad, y vinimos a esta nueva tierra. Opté por venir a vivir a Noruega porque me hablaron de la idea de una sociedad orientada a la familia. Aquí las personas trabajan en las oficinas hasta 16:00, para luego ir a recoger a los niños a la escuela, para luego ir a casa. Pensé que con esta nueva propuesta resolvería las dificultades que sentía, pero no fue así. Pasé unos 3 años hasta que supe que se realizaba una Misa los domingos en español aquí en Oslo, pero ni siquiera aquella Misa de los domingos podía consolar mi corazón. A lo largo de ese tiempo de soledad y silencio, Dios me acompañó, incluso con toda mi dificultad de escuchar, de entender, de orar, de rendirme.
Después de algún tiempo, tuve la idea de contactar a la Comunidad Shalom en Roma para ver si podía confesarme o tener a alguien con quien hablar, incluso por teléfono, porque aquí la Iglesia tiene pocos grupos organizados de laicos, además están aislados y por lo general se habla en noruego. Habiendo tenido contacto con la comunidad por correo electrónico, se me ofreció la oportunidad de la llegada de cuatro misioneros para organizar un retiro para la comunidad Latina en Oslo. Fue un tiempo de grandes gracias para mí. Por la misericordia de Dios, la comunidad ha llegado hasta aquí, en esta “periferia existencial”. Era realmente aquí, en esta periferia, que Dios quiso alcanzarme de forma completa, concreta y sin otro apoyo. Aquí donde el ser humano sí ha resuelto sus problemas económicos, mas no aquellos espirituales: la falta de consuelo de Dios provoca un gran daño en la vida de las personas.
Una gracia especial que abrió las puertas a todas las otras gracias fue llegando: era el compartir material de los bienes mas no como limosna, sino como quien devuelve con alegría una parte de lo que le fue dado. Y en esta dinámica del compartir, Dios encontró el camino para bendecirme y darme armas para grandes luchas, antiguas y nuevas, muchas ya dadas por perdidas y otras peleas imposibles a los ojos humanos. Esta experiencia me concedió la gracia de confiar en Dios siempre, en todo, principalmente como parte de la economía del Reino.
Cuando lo damos todo, cuando no nos aferramos a nada, Dios encuentra la manera de conducirnos a aguas más profundas en la espiritualidad, profundidad interna de quien experimenta, de quien acepta aquella vieja invitación: “Vengan y vean”.
Para mí, viviendo en Noruega, el vínculo que mantengo con la Comunidad es como una brújula de quien está en mar abierto: me mantiene orientada en curso. Estoy lejos de la playa pero sé que, con la gracia de Dios y mi brújula, puedo mantener el curso por el camino a la santidad, al cielo. Ahora tengo raíces y no me siento sola, aunque me encuentre del otro lado del océano. ¡Shalom!
Gladys Nalvarte
Traducción: Marjori Small