No tener nada y al mismo tiempo tener todo. Encontrar el rostro de Dios en la cara del pueblo. Reconocer su amor en la vida del otro. Ser consolado en el corazón del hermano. Ser pobre de bienes materiales… pero ¿quién necesita riquezas materiales cuando tenemos la abundancia de la Providencia del Señor? A cada nuevo día, una nueva oportunidad de abrazar la Cruz y permanecer allí, una nueva oportunidad de vivir la misericordia y de ser misericordioso. Nuestra vida es una misión. No hay alegría mayor que vivirla.
Entonces… soy Wallace, tengo 25 años. Nací en Fortaleza, Ceará, pero hoy mi casa está en la misión de la Comunidad Shalom en Roma. Dios, generosamente, escogió para mí el “corazón de la Iglesia” como tierra de misión. ¡Aquí entiendo que el corazón de los jóvenes es mi tierra de misión! Antes Roma era un lugar que yo sólo conocía por Google Street View, ahora la conozco incluso en las ocasiones en que tomo un autobús equivocado.
Son innumerables las bellísimas calles, iglesias, plazas de aquí, pero lo más encantador de todo esto es el deseo del corazón de cada italiano. ¡Llegué aquí creyendo que conocería sólo a los italianos, pero Dios no se cansa nunca de sorprenderme! También Él me hace conocer franceses, españoles, árabes, húngaros, africanos, vietnamitas, indios… ¡en fin! ¡Dios me pide evangelizar todo el mundo! El corazón del último joven es la meta. Dios tiene un rostro, la oferta de vida – de cada día – tiene un rostro. ¡Uno no, varios! Y cada uno con rasgos típicos de naciones diversas.
El choque cultural es real. Es muy concreto, un cansancio mental y físico también, causado por la constante adaptación. Pero, más que un cierto desgaste, lo que para mí era un gran martirio era el hecho de necesitar comunicarme y no saber hablar la lengua. Yo era maestro en hacer “cara de nada” mientras la gente hablaba conmigo. Por más que yo entendiera lo que hablaban, no me arriesgaba siquiera soltar una palabra en italiano. En medio de toda esa “Babel” veo una gracia sobrenatural en la comunicación entre los pueblos.
¡Pentecostés nunca ha sido tan real para mí! Una de mis actividades aquí en la misión es el grupo de oración del Centro San Lorenzo. El grupo está formado en su mayoría por jóvenes universitarios que vinieron de otros países para estudiar en Roma. ¡Un grupo de oración internacional! Es allí donde yo experimento en la carne cuanto Dios no pide mi conocimiento, sino mi decisión de amarle en medio de mi incapacidad. Es impresionante ver cuánto Dios hace, cuando le decimos ‘Sí’. Llega el momento en que no hay más espacio para el orgullo: es preferible sufrir las humillaciones de hablar equivocado, para que un joven sepa que es amado por Jesús, que dejar de evangelizar.
En el Centro San Lorenzo está la cruz que San Juan Pablo II dio de regalo a los jóvenes. Siempre cuando miro esa reliquia, siento el amor que Karol tiene por los jóvenes y, así, encuentro el punto de convergencia del Amor. Es la Cruz que une mi corazón al corazón de la misión. Es en la Cruz donde encuentro el sentido de la misión. Las líneas vertical y horizontal, que unen mis pecados, mis incapacidades, a la misericordia del Señor. Es la Cruz que transforma a Babel dentro y fuera de mí en un gran Pentecostés. Veo en la cruz, en aquella cruz, el oasis universal de la sed del hombre. La Cruz es el idioma que sabemos hablar.
Que el Espíritu Santo, que es comunicador, pueda realizar todos los días un nuevo Pentecostés en nosotros
¡Shalom!
Wallace Freitas
Traducción: Marjori Small