Comprender que la vivencia del celibato implica un proceso de autoconocimiento y acompañamiento.
El seminario es una etapa en la que se viven distintas experiencias formativas, todo con el fin de que el joven pueda ir alcanzando una mayor madurez afectiva, sexual, intelectual, entre otras; y adquiera así una adaptación a la vida como futuro sacerdote. En el caso de la afectividad y la sexualidad, hay una especial dificultad porque el seminario suele coincidir con la etapa adolescente, en la que todavía se carece de un conocimiento profundo de sí mismo. ¿Qué pasa cuando el seminarista se da cuenta de que se siente muy atraído, por ejemplo, hacia una chica que conoció en la pastoral? ¿Qué hacer? ¿Significa que no tiene vocación sacerdotal?
Cuando un joven decide entrar al seminario, sabe que esta decisión implica renuncias y cambios en su vida, sin embargo, se embarca en esta travesía porque tiene un sentido, un fin que es trascedente. Puede suceder que durante su vida en el seminario se presenten distintas crisis, momentos más o menos difíciles. Estas situaciones son, inclusive, parte del proceso formativo, tal vez hasta necesarias para que pueda ir madurando y ser cada vez más libre para vivir su opción vocacional.
¿Qué sucede, por ejemplo, cuando el celibato se ve de manera idealizada o como una característica angelical, en la cual para vivirla hay que dejar de sentir el impulso o la atracción sexuales? En este caso, sería muy difícil comprender cómo es posible seguir sintiendo atracción por las mujeres y vivir el celibato. Parecerían dos aspectos irreconciliables. Es una confusión común, la cual puede motivar incluso, al abandono de la formación.
Lo que habría que resignificar en este caso es el celibato mismo. A continuación algunas ideas básicas:
Ser célibe no significa ser asexual. Cuando se entra al seminario, la evolución psico-afectiva-sexual continúa. Decidir optar por el celibato no equivale a eliminar el aspecto sexual del desarrollo, de tal manera que se tendrán las mismas dificultades que cualquier otro joven de la misma edad. En este sentido, los fenómenos fisiológicos seguirán estando presentes, tales como la secreción de hormonas relacionadas con el impulso sexual.
El desarrollo de la vida célibe implica un proceso, no es mágico, ni se da de la noche a la mañana. Este punto se desprende del anterior. Habrá que considerar que el celibato requiere una formación y es lógico que se pase por momentos de confusión o crisis. Ir madurando en el aspecto afectivo-sexual, va dando los recursos para la vivencia del celibato.
Para vivirlo hay que trabajar y reflexionar sobre uno mismo. El celibato requiere cierto nivel de esfuerzo e, inclusive, estudio. Para ello es indispensable la introspección, buscando espacios para tener un encuentro consigo mismo. Así como la búsqueda de una comprensión más profunda del significado y sentido del celibato en la vida sacerdotal.
Acompañamiento. Nadie puede crecer solo. Los seres humanos fácilmente podemos autoengañarnos. Es por ello que se necesita un acompañamiento de alguien que tenga preparación y que haya recorrido el mismo camino, es decir que tenga experiencia. Los formadores son las personas más indicadas para ello, sin embargo, en algunos casos, es necesario buscar otro tipo de acompañamiento especializado como el psicológico.
Sinceridad. Este aspecto es la base de todo lo anterior. No se puede madurar afectiva y sexualmente si no hay sinceridad. A veces las expectativas que otros o el mismo seminarista tienen sobre sí mismos, puede ser una carga tan pesada, que haya una inhibición o falta de confianza para expresar las problemáticas o dificultades personales.
La formación para vivir el celibato es un aspecto importante y para el seminarista puede resultar más fácil cuando se comprende como un proceso. Los logros que se van teniendo en el aspecto de madurez afectiva y sexual no deben ser motivo para pensar que ya no existen las debilidades o que no habrá más dificultades. El celibato no hace asexual a la persona, entonces habrá que seguir trabajando en todos los sentidos mencionados para poder vivirlo.
Fuentes de consulta:
1. Sperry Len, Sexo, sacerdocio e Iglesia, Sal Terrae, España, 2004.