Regresó al escenario de la actualidad, después de un gran paréntesis1, el tema de los carismas. De hecho, vemos los trazos del «movimiento del despertar del Espíritu en las más bastas proporciones de toda la historia de la cristiandad», en modo que nuestro hoy «se presenta como tiempo del carisma, recordándonos que en realidad el tiempo de la Iglesia es siempre tiempo del Espíritu»2.
Entre los carismas que vemos florecer hoy, encontramos uno particularmente interesante, denominado «don de lenguas» o «glossolalia», el que suscitando hoy como la época de la Iglesia naciente, curiosidad e interrogantes.
¿Cómo es que este carisma se manifestaba al tiempo de las comunidades cristianas primitivas? ¿Qué enseñanzas nos ofrece San Pablo al respecto? Intentemos buscar las respuestas a estas preguntas entre los capítulos 12-14 de la Primera Carta a los Corintos, textos que tratan los carismas o dones espirituales.
El ‘glossolalo’ emite palabras incomprensibles, carentes de inteligibilidad racional. Pablo nos habla de «lengua de los hombres y de los ángeles» (1Cor 13,1), reconocer entonces que hay «un lenguaje excepcional que abraza el mundo humano y el mundo celeste»3, el que requiere de una interpretación, que – tal como el – sea de origen divino.
Pablo es él mismo glossolalo (cfr. v. 18) y enseña que la glossolalia sirve a la edificación personal (cfr. v. 4). En cuanto oración, esa es un don legitimo del Espirito (cfr. 12,10).
La proscripción paulina de hablar en lenguas en las asambleas sin un intérprete (1Cor 14,27) se justifica por la natura de las reuniones comunitarias y por el carácter de edificaciones de los carismas (cfr. v. 26b). Esta “prohibición” se relaciona con la concesión propia del glossolalo de poder hablar incluso sólo entre él y Dios.
Ahora, en las reuniones de los grupos carismáticos que existen hoy, se escucha la oración y el canto en lenguas, incluso sin realizar la respectiva interpretación. Todavía, incluso manifestándose así, no se desconoce la indicación de San Pablo, pero la oración en lengua viene reconocida como «un modo del Espíritu de edificar la comunidad, de manifestar su presencia»4, un potencial signo que sirve de «llamada para cuantos están en busca de la verdad»5.
Un límite no indiferente de este carisma es aquel, ya evidenciado por San Pablo: de dejar (al carisma) sin la relacion del fruto de la inteligencia (cfr. 1Cor 14,14). De hecho, si no viene integrado, en la vida del fiel, de la vida sacramental y de la relación con la Sacra Escritura, se arriesga de transformar (el don del carisma) en una simple fuga sentimental, vacía de la experiencia real con Dios.
Más allá de ser un potencial signo de la presencia del Espíritu y de permitir de trascender lo esquematismo de las palabras y de los conceptos6, se indica como mérito de esta experiencia la profundización de la oración personal, de la relación con Dios7. «… el Espíritu viene en socorro a nuestra debilidad; no sabemos de hecho como rezar en modo conveniente, mas el Espirito mismo intercede con sollozos inexpresables» (Rm 8,26).
Finalmente, y ante todo, es necesario tener presente que aquel don de Dios es el primero entre todos los dones, siendo el contenido y el criterio de evaluación de estos (los demás dones), es decir la caridad: «Ocurre que la caridad ligue todos (los dones), le mantenga juntos y les armonice en vista de la unidad del cuerpo de Cristo»8.
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1 G. Barbaglio, S. Danich. Nuovo Dizionario di Teologia, in “Carismi” San Paolo, Milano 1988, 105.
2 R. Cantalamessa. Il canto dello Spirito. Meditazioni sul Veni Creator, Ancora, Milano 1998, 8.108.
3 R. Fabris. Prima Lettera ai Corinzi. Nuova versione, introduzione e commento. Paoline, Milano 1999, 175.
4 Cantalamessa, Il canto dello Spirito, 242.
5 Grasso, Carismi, 196.
6 Cantalamessa, Il canto dello Spirito, 242.
7 Grasso, Carismi, 196.
8 San Bernardo, in Cant. Sermo 49, II, 5, in Grasso, Carismi, 36.
Traducción: Manuel Quezada