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El virus de la ira y sus efectos negativos en nosotros

La debilidad humana no es justificación para perder la caridad con el prójimo.

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Foto | Unsplash

Constantemente estamos expuestos a cosas que nos desagradan, y podemos tener las más diversas reacciones hacia estas situaciones. Cuando se trata de apenas un sentimiento transitorio que se despierta dentro de nosotros y que luego pasa, entonces, es apenas nuestra humanidad reaccionando a los estímulos exteriores con los cuales interactúa, o sea, no hay pecado. 

Sin embargo, cuando se despierta en nuestro interior un deseo mayor de rechazo, que no pasa inmediatamente, y con el cual consentimos voluntariamente y alimentamos, hasta llegar a la cólera, al rencor, al odio y hasta la violencia, entonces, estamos en presencia del pecado de la ira.

Pero al final, ¿Qué es la ira?

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) define a la ira como un deseo de venganza (cf. CIC 2302) y, como ya mencionamos anteriormente, desear el mal a otro es un pecado grave, pues, ofende la Caridad. El Señor es claro al decir: “Quien se irrita contra su hermano, quedará sujeto a juicio” (Mt 5, 22).

Lo que cabe cuando alguien comete el mal es la corrección en la caridad (cf. Mt 18,15-20), sin embargo, muchas veces preferimos guardar rencor de las personas y alimentar en nuestro interior el rechazo por aquella persona, contrariando la Palabra de Dios que exhorta: “No guardes rencor de tu prójimo, sean cuales fueran sus errores” (Ecli 10,6).

Cuando ese sentimiento crece, de forma deliberada y voluntaria, se transforma en odio, que es uno de los peores estados en el cual un hombre puede encontrarse en relación con otro. Afirma el Catecismo: “El odio voluntario es contrario a la caridad. Odiar al prójimo, queriéndole mal deliberadamente es pecado. Es pecado grave, cuando deliberadamente se le desea un mal grave. ‘Yo, sin embargo, os digo: amad a vuestros enemigos y orad por aquellos que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos…'(Mt 5, 44-45)” (CIC 2303).

Los efectos de la ira en nosotros

Mas allá del odio, la ira trae efectos terribles como la venganza, injurias, blasfemias, divisiones y, en casos extremos, violencia y hasta muerte.

Al hablar de la ira, es necesario hacer la diferencia entre la reacción humana natural hacia el malestar y el pecado en sí. Veamos bien. Todos tenemos cosas que nos desagradan, que nos causan disgusto, que nos ofenden y que nos irritan. Al estar en contacto con ellas, es normal que surjan sentimientos internos de rechazo y de rabia. Eso es normal y los elementos que llevan a este punto varían de persona a persona.

De igual manera sucede en relación a la intensidad de la reacción, que puede estar afectada por cosas tan particulares como valores personales o temperamentos del individuo hasta, inclusive, la inestabilidad del humor. El pecado comienza, como destacamos en el primer artículo en que hablamos del vicio, cuando esta sensación es consentida.

Nuestra estructura humana puede dejarnos más susceptibles a los sentimientos mencionados. Variando de persona a persona, nuestro temperamento nos puede dejar propensos a dar respuestas más explosivas o impulsivas. La irritabilidad excesiva puede denotar inmadurez humana y la impulsividad en el actuar puede demostrar falta de autodominio. Sin embargo, nada justifica tales actitudes.

Nuestra debilidad humana no es justificación para perder la caridad. De modo que no sirve justificar la ira con nuestra estructura humana. Aquellos que presentan esta tendencia deben esforzarse más que aquellos que no la tienen para no perder la Caridad, de modo que, en cierta forma, merece más mérito. Lo importante es que nadie pueda descuidarse y dar lugar a las pasiones, independiente de las condiciones.

 

Traducción: Diego Vaca Diez


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