Iniciamos la Serie Especial sobre los vicios. Ayer definimos lo que es un vicio y porque él puede ser tan nocivo en nuestras vidas. En los próximos días, mostraremos las virtudes necesarias para combatirlos.
Hoy vamos a hablar sobre el orgullo.
Definición
El orgullo es la [sobre] estima, el amor desordenado de sí mismo, que lleva a la persona a despreciar a los otros y elevarse encima de ellos, atribuyendo a sí mismo lo que es de Dios.
En el Antiguo Testamento, la primera manifestación del orgullo humano aparece en el intento del hombre a ser como Dios, presente en el Génesis, en el relato de la caída original (cf. Gn 3,1-13; cf. Diccionario bíblico universal. Pág. 572).
La traición de las criaturas
Eva accede a comer el fruto del árbol prohibido una vez que la serpiente sugiere que este [el fruto] les permitirá “ser como dioses” (cf. Gn 3,5).
Más tarde, en el mismo libro, vemos que los hombres “ciegos por el orgullo, decidieron construir una torre que llegase a tocar el cielo” (Juan Pablo II, Audiencia general, 18 de Mayo de 1983).
Las recomendaciones para luchar contra ésta terrible inclinación son frecuentes en las Sagradas Escritura (cf. [por ejemplo en] Tb 4,14; Is 2,12.17).
En el libro del Eclesiástico está escrito: “El principio del orgullo humano es abandonar el Señor y teniendo el corazón lejos del Creador. Porque el principio del orgullo es el pecado y quien lo posee difunde abominación” (Eclo 10,12-13).
En el Nuevo Testamento, el Magníficat exulta “dispersó los hombres de corazón orgulloso” (Lc 1,51) y Jesús se enfrenta a la hostilidad de los fariseos, cuya incredulidad es fruto de su orgullosa autosuficiencia, una vez que éstos viven apoyados apenas sus [propios] méritos y en su riguroso cumplimiento de la Ley, al que el Señor responde: “Aquel que se exaltará, será humillado”(Mt 23,12).
La ambición de querer tomar el lugar del Creador
El orgullo lleva al hombre a colocarse en el lugar de Dios.
Con razón, Papa Francisco llama éste fenómeno “el virus del orgullo” y dice que fue éste quien contaminó la mente y el corazón de Judas Iscariota (Audiencia general, 12 de junio de 2019).
En esta misma línea, el Catecismo es contundente al declarar: “el odio verso Dios nace del orgullo” (CIC, 2094).
La mentira ilusoria de los vanidosos
El orgullo es el pecado de Lucifer. Dicho lo anterior, no es difícil reconocer que el fundamento más profundo del orgullo es la mentira, de la cual el propio demonio es el padre.
En efecto, el orgullo no va más allá de una triste ilusión, de un engaño respecto de sí mismo y de Dios. Consiste en el deseo del hombre de querer atribuirse algo que no le pertenece.
El orgullo genera presunción, vanagloria, arrogancia, vanidad, ambición, entre otras perversiones.
Los tipos de orgullo
Existen diversos tipos de orgullo.
Para hacer un elenco algunos, consultaremos a Fray Maria-Eugenio del Niño Jesús, OCD, que en su obra Quiero ver a Dios, habla del orgullo de los bienes exteriores, de la voluntad y del orgullo espiritual (todas las citaciones a seguir pueden encontrarse en el texto Quiero ver a Dios – III Parte, Cuarto Capítulo, B, II).
1 – El orgullo de los bienes exteriores
Nos Enseña Fray Maria-Eugenio: “Estos bienes son todos aquellos que aseguran honra y consideración, por consiguiente, ventajas y cualidades exteriores: la belleza, la fortuna, el nombre, la clase, las honras.
Estos bienes constituyen una simple fachada, brillante tal vez, que, encubre -somos conscientes de ello – bastante mal nuestra pobreza interior.
En tanto, preferimos apoyarnos en ellos el sentimiento de nuestra propia excelencia y las exigencias de honras y alabanzas.
“El mundo no se deja engañar a respecto de ello; tras haber satisfecho las exigencias de las convenciones, se reserva la realización, interiormente, de un severo juicio de justicia”.
El autor deja claro que este orgullo es el más insensato, por ello, también el menos peligroso, dado que corresponde a la realidad más exterior, de modo que es más fácil de quebrantar con la luz de la humildad.
2 – El orgullo de la voluntad
“Este orgullo que reside en la voluntad se nutre de los “bienes” que la voluntad encuentra en sí misma: en su independencia, en su facultad de poder mandar y en su propia fuerza, de la cual [el sujeto] es consciente.
Se exprime en un rechazo a someterse a la autoridad establecida, una confianza exagerada de sí misma y por una ambición dominadora” dice el Fray.
Como sabemos, el someterse a Dios a través de sus mediadores, estas son, las autoridades que el propio Dios coloca en nuestro camino.
Este tipo de orgullo rechaza el sometimiento a Dios, transformándolo en un terrible sufrimiento. Coloca toda su confianza en el poder y en la eficacia de sus esfuerzos, olvidándose de la palabra de Jesús: “Sin mí, nada podéis hacer”.
3 – El orgullo espiritual
Fray Maria-Eugenio explica que este orgullo es uno de los más difíciles de extirpar y que no pertenece al camino del hombre que vive sin Dios, mas de aquel que está trazando un camino de santidad y tiene una vida espiritual [activa].
Dice el autor:
“el orgullo espiritual se vanagloria no sólo de sus obras, como si fuesen sólo de él, mas también de sus privilegios espirituales.
Pertenecer a un estado, a una familia religiosa que cuenta – entre sus integrantes – a grandes santos, que posee una doctrina, una gran influencia, es una ‘virtud’ que crea obligaciones y puede también alimentar un orgullo espiritual que esteriliza y ciega [aquella persona] delante de las nuevas manifestaciones de la divina Misericordia”.
El Fray subraya que este tipo de orgullo se aprovecha de los dones que el Espíritu Santo derrama para llenarse de forma perversa; ello por obra del tentador.
Veamos su explicación: Los dones espirituales personales pueden también servir de alimento al orgullo.
La eficiencia de la oración
Las gracias de la oración enriquecen la contemplación, dejan en el alma su profunda marca, dan una experiencia preciosa, fortalecen la voluntad, agilizan la inteligencia, aumentan el poder de acción, aseguran a lo espiritual una radiación poderosa.
Estas gracias son siempre recibidas en la ‘humildad’ que se genera y en la ‘gratitud’ que provocan. La luz que les acompaña [con el tiempo] desaparece, [mas] sus efectos en el alma permanecen.
Somos todos tentados
La tentación puede venir rápidamente, sutilmente, sin que seamos consciente.
Ella viene casi necesariamente, así como el orgullo es tenaz, el demonio lo es en astucia, para disponer de estas riquezas espirituales al fin del buscar exaltarse y aparecer, para servir a una necesidad de afecto o de dominio, o simplemente para hacer que triunfen ideas personales.
Señales de alerta del posible orgullo en nosotros
Mencionaremos aquí sólo algunas actitudes que nos servirán de señales de alerta, de que el orgullo vive en nosotros.
Es importante dejar claro que los casos que presentamos aquí no son necesariamente fruto del vicio del orgullo, ya que, pueden ser también fruto de debilidades, limites, inmadurez que no son en sí mismas pecaminosas.
Con todo, las traemos para avalarnos de ellas y, así poder identificar si las poseemos o no, para después reconocer si son fruto del orgullo que vive en nosotros.
Recordemos que la identificación y el reconocimiento son los primeros pasos para el cambio.
1 – Autosuficiencia
Uno de los señales del orgullo es la autosuficiencia.
Declara Papa Francisco: “Las personas orgullosas no pueden ayudar, no pueden pedir ayuda porque tienden a ser autosuficientes. Y cuantas de ellas necesitan de ayuda, mas el orgullo impide que la pidan. ¡Y cómo es difícil admitir un error y pedir perdón!” (Papa Francisco, Audiencia general, 5 de febrero de 2020).
2 – Reticencia a la corrección
Los orgullosos, apegados a la imagen ilusoria que tienen de sí mismos, huyen de cualquier cosa que deje en evidencia sus imperfecciones (para sí y para los otros, especialmente).
Por ejemplo, cuando sus maestros o directores espirituales no les aprueban el modo y el espíritu dispuesto a proceder, estos, desean de ser elogiados y admirados, juzgan que no son comprendidos, cuestionan la legitimidad de los discernimientos de sus superiores e, inclusive, dudan de la autoridad espiritual que estos poseen, apenas argumentos ilusorios para engañarse a sí mismos y hacer prevalecer su voluntad, que se tornó incontestable.
Luego desean buscar que el otro les agradezca y les permita, en última instancia hacer o que ellos quieren.
Esta reticencia a la corrección demuestra que su verdadero objetivo en la vida no es el crecimiento ni la ‘perfección’, mas los honores y la admiración.
3 – Desinterés en aprender
Como vimos, los orgullosos no buscan el crecimiento, de modo que no tienen un verdadero interés en aprender.
Creen que ya saben lo suficiente, y no dejan que otras personas puedan enseñarles algo. Esto tanto en relación al conocimiento, cuanto a la experiencia.
No se aventuran a hacer cosas que no sepan, a fin de no correr el riesgo de ser humillados o ridiculizados; se refugian en el hacer apenas aquello que saben que hacen bien. Todo ello las condena a una triste mediocridad.
Es posible ir contra este mal
Hagamos un examen de consciencia y veamos si presentamos estos ‘síntomas’, a fin de identifica a que nivel sufrimos del grande mal del orgullo.
Traducción: Manuel Quezada