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“¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado”

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Después de los acontecimientos de los días anteriores, desde la Cena Pascual del Jueves Santo con la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, pasando por el proceso que lo llevo a Jesús a la muerte en Cruz el Viernes Santo, hasta el silencio que emana del Sepulcro el Sábado Santo, llegamos a la madrugada del Domingo, en el que algunos discípulos de Cristo empiezan a moverse para completar los rituales de la sepultura del Maestro. Con la salida del sol de un nuevo día, las primeras personas que llegan al lugar se topan con una situación que los desconcierta: el Sepulcro vacío.

Entonces, comienza a difundirse un rumor que no terminan de comprender, pero que los pone en movimiento. Se observan correteos ansiosos entre el lugar donde estaban reunidos los apóstoles en oración y el Santo Sepulcro; la alegría, la sorpresa y la incredulidad combaten en el interior de aquellas almas sencillas que habían sido cautivadas por el Señor. La tumba vacía, el sudario, los Ángeles empiezan a confirmar el rumor, a la vez que el mismo Cristo comienza a presentarse para que no tengan dudas ni miedo de creer en la Resurrección. María Magdalena y la otra María tuvieron la primicia de verlo glorificado; no lo dice el texto bíblico, pero la misma Virgen María habría tenido la dicha de contemplar a su Hijo victorioso.

Sin embargo, en algunos de los que habían seguido a Jesús pesó más la dureza de corazón de la incredulidad y se volvían para su pueblo, abatidos porque se habían frustrado sus esperanzas de liberación. Cleofás y otro el discípulo fueron interceptados por Jesús y, con toda paciencia los fue instruyendo interiormente para que lo reconocieran en el sacramento que había escogido para quedarse con nosotros: la Eucaristía.

A todo esto, en Jerusalén el rumor se transforma en verdad, Jesús se les aparece a los discípulos, les da indicaciones precisas para la vida de la Iglesia: les deja la paz, les confiere el Espíritu Santo, los envía, les da el poder de perdonar los pecados. A la vez, que la noticia llega a los oídos de las autoridades religiosas judías, que intentan acallar lo sucedido.

Finalmente, llegan los discípulos que se habían marchado tristes y agobiados, ahora alegres y llenos de fervor, cuentan lo que les sucedió en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan, como confirmación de su relato, la respuesta a coro del colegio de los Apóstoles: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”.

Del mismo modo, que aquellas personas, nuestras vidas combaten en el claro-oscuro de la fe, andamos errantes, tristes, abatidos porque no se cumplen nuestros planes, por momentos nuestra fe se debilita y, a veces, nos cerramos a la acción misericordiosa de Dios. Sin embargo, el Señor este Domingo vuelve irrumpir en la historia, nos sale al encuentro para fortalecer nuestra fe, nos instruye, nos habla al corazón para que seamos capaces de reconocerlo al partir el pan y que nuestra vida se llene de alegría y gozo, porque Cristo ha vencido a la muerte, con su Sangre nos ha redimido del pecado, nos ha abierto una nueva perspectiva de esperanza en nuestra existencia.

Por eso, en este Domingo de Pascua, que la gran noticia que nos cambie la vida y que cambie al mundo sea: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado”.

 

– Padre David Bertinetti
Sacerdote de Fasta


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