En cada Eucaristía, después de la consagración, los sacerdotes anunciamos el misterio de la fe, a lo que el pueblo responde “anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús”. Porque en cada celebración eucarística, se realiza sacramentalmente lo ocurrido en la santa noche del Jueves Santo en el Cenáculo, no sólo la realidad que se conmemora sino también lo anunciado en ese momento. En primer lugar, la realidad de la institución de la Eucaristía, que es el sacramento que el Señor Jesús eligió para quedarse entre nosotros como alimento espiritual. Junto a la Eucaristía, también instituyó el sacramento del Orden Sagrado. También, la Cena Pascual era el anuncio de lo que va a suceder al día siguiente, en el Viernes Santo en el Calvario, puesto que Cristo nos dice que ese pan es su Cuerpo que será entregado por nosotros y ese vino es su Sangre que será derramada por nuestros pecados. Por eso, la Eucaristía no sólo es la Cena del Señor, por la cual se alimenta nuestra fe, sino también es Sacrificio, en la cual se renueva incruentamente la muerte de Jesús en la Cruz. De este modo, en la Misa se identifican el Cenáculo con el Calvario.
También, en la Última Cena se anuncia la continuidad del mismo Sacrificio a través de los siglos mediante la celebración eucarística cotidiana de los sacerdotes que se ofrecen y ofrecen el Cuerpo y la Sangre de Jesús, respondiendo al mandato del Señor: “hagan esto en memoria mía”. Manifestando que existe una relación íntima entre el sacerdocio y la Eucaristía, por la cual sin sacerdocio no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay sacerdocio. La celebración cotidiana de la Santa Misa es la mayor de las misiones que puede realizar un presbítero. En este sentido, San Pablo VI al ser interrogado por Pío XII sobre lo que haría si un día al despertarse se daba con la noticia que los alemanes habían invadido la ciudad de Roma, a lo cual contestó serenamente que celebraría la Misa como todos los días.
De este modo, la Misa en la Cena del Señor del Jueves Santo es la puerta por la cual entramos a celebrar el gran misterio de nuestra fe, que se desarrolla en los días del Santo Triduo Pascual: comienza el Jueves con el Sagrario vacío para resaltar la institución de la Eucaristía y el Orden Sagrado; continúa el Viernes Santo, que no se celebra la Eucaristía, sino la Celebración de la Cruz y rezo del Vía Crucis, para centrarnos en la entrega de la vida de Jesús para nuestra salvación; y concluye solemnemente el sábado a la noche con la fiesta de las fiestas, la Vigilia Pascual, en la que celebramos la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Desplegando litúrgicamente durante tres días lo que proclamamos y contemplamos en cada Misa: el misterio de nuestra salvación, la muerte y Resurrección del Señor.
– Padre David Bertinetti
Sacerdote de Fasta