“La alegría es una marca de aquellos que tuvieron una experiencia con el Resucitado que pasó por la cruz; es uno de los frutos de la resurrección: “Jesús vio, estuvo en medio a ellos y les dijo: ¡Shalom!… luego de esa expresión, Él les mostró sus manos y su costado. Los discípulos quedaron repletos de alegría al ver el Señor”.
Por la alegría, testimoniamos que el Señor no sólo está vivo, mas está en medio de nosotros, lleno de poder y amor; nos envía continuamente en misión. Juan Bautista es precursor también al testimoniar desde el inicio esa alegría espiritual, fruto de Dios que cumple Sus promesas. Tras haber visto Juan en el desierto, y de haber visto con la ayuda de ese ‘mirar de fe’ que nos hace mirar más allá de las apariencias todo lo que él (Juan Bautista) luchó y sufrió. Es hora de hablar de ese aspecto de su misión: dar testimonio de la alegría espiritual.
La alegría permea toda la existencia de San Juan Bautista, por eso antes de focalizar el [rio] Jordán, donde él (Juan Bautista) cumplió la mayor parte de su ministerio, vamos a dar una vista general sobre la alegría en la vida de este profeta. La llegada del Messias es ciertamente un acontecimiento cercado de júbilos, según lo que nos dice el Antiguo Testamento, por ello es normal que el precursor [Juan Bautista] esté empapado de ese clima espiritual.
Desde el comienzo de los escritos que hablan sobre Juan Bautista vemos la alegría presente. Zacarías, cuando su hijo nasció y estando lleno del Espírito Santo, ‘estalla’ en alabanzas a Dios. En su himno (el Benedictus), dice que Juan es “expresión de la ternura de Dios”, anuncia una salvación que se hace presente. Cuando Gabriel anunció a Zacarías que su esposa va a concebir un hijo, el ángel dice: “Tu y muchos otros se alegrarán por su nacimiento, ya que él será grande delante al Señor” (01).
Ya vimos como la visita de Nuestra Señora a su prima (Elizabeth) hizo que Juan saltase de alegría en el vientre. Esa es la primera alegría que Juan Bautista vino a testimoniar: la alegría que experimentan aquellos que han vivido alguna experiencia del Espírito. Es por ello que Juan dirá más tarde: “¡En cuanto a mí, que os bautizo con agua; mas en medio a vosotros está Aquel que ustedes aún no conocéis, y Él os bautizará en el Espírito Santo y en el fuego!” (02). Juan testimonia la alegría de la experiencia del Espíritu, la alegría de permanecer en esta gracia, de contar por toda la vida con la guía de Su amor: “La gloria del hombre es la perseverancia en el servicio de Dios”, dice Santo Irineo. Perseverancia que es gracia. “Son los frutos del Espírito: amor, alegría, paz, paciencia (…). Quienes pertenecen a Cristo ‘crucificarán’ la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos en el Espírito, andamos también bajo Su impulso” (03).
Vimos también que el propio Juan [Bautista], al hablar de sí mismo, se autodenomina “amigo del Esposo” y testimonia: “Cuanto al amigo del Esposo, él permanece allí, él escucha la voz del Esposo, y él se regocija. Esa es mi alegría, y ella está completa”(04). La alegría de una intimidad profunda con el Señor, de una amistad privilegiada. ¡Amigo de Dios! Nuestro fundador también no dudará en decir: “La amistad con Dios es como una fuente que hace brotar en nosotros el Amor. Amor que es divino. Amor que hace que elijamos para nuestras vidas todo aquello que nos ayude a estar más unidos al Amado” (05).
Y también: “La amistad con Dios es el centro de nuestra vocación. Decidirse por la amistad divina y crecer en esta amistad es el secreto de la vida” (06).
Nosotros nos asemejamos a Juan Bautista: él creció en el desierto, donde su intimidad y la amistad con Dios se forjan: “Él fue a vivir en el desierto hasta el día en el que [él] debería ser manifestado a Israel” (06). Ahora, nosotros somos un pueblo escogido para atravesar el sendero que el Señor abre en el desierto de este mundo: “Dios, quiere ardientemente abrir una nueva senda por el desierto y así formar un pueblo, un pueblo elegido formado por sus manos, para atravesarla, recorrerla, asumirla en su vida. Nosotros somos este pueblo. Dios nos ha llamado a esta magnífica vocación” (08).
Ese nuevo camino, ese plan amoroso de Dios sólo puede realizarse en nosotros, “se puede completar en nuestras vidas – si estas están enraizadas en la oración profunda” (09). Desierto, el lugar donde tradicionalmente el pueblo fue a testimoniar de manifestaciones de Dios, lugar de batalla espiritual, lugar donde crece la amistad con el Esposo. Como en la vida de Juan Bautista. Así, en el desierto, vemos otra característica de Juan a la que somos llamados a cultivar: la radicalidad de su amor por Dios, que también es fuente de alegría. En una vida penitente, Juan recoge las fuerzas para permanecer inmerso en su misión, sin distracciones. Se alimentaba de saltamontes y miel silvestre, todo su ser vivía mirando a Dios, él estaba enraizado en Dios, que era todo para él. Siendo Dios su todo, su alegría era perfecta, completa, plena e tan preciosa que él [Juan Bautista] consideraba que cualquier esfuerzo era pequeño para preservar esa alegría interior, como vimos en el capítulo precedente.
Alegría de anunciar con todas sus fuerzas la Buena Nueva, que estaba ya en el medio del Aquel pueblo que va a bautizar en el Espírito Santo. ¡La alegría – por tanto – de evangelizar! El verdadero evangelizador no consigue calarse, ya que existe en su ser un fuego devorador, una alegría que está siempre borbotando y que precisa derramarse a través de las palabras, de un anuncio, cueste lo que cueste. Esa característica de la vida de Juan Bautista nos recuerda otra característica de la Vocación Shalom: “En todas nuestras acciones, el anuncio explícito de Jesucristo es indispensable para la fidelidad al llamado que el Señor nos hace”(10).
San Pablo decía: “Ay de mi si no evangelizo”. Podríamos también decir: ¡Feliz de mí si evangelizo!”. Feliz de llevar la esposa al Esposo, feliz de ser instrumento de paz, feliz de ser misionero, feliz de haber sido elegido, feliz de estar totalmente unido a la vida de Jesús que se desenvuelve en mí. Si, ¡feliz, feliz, feliz!
Juan también experimento la alegría de la paternidad espiritual. Él tuvo discípulos, como nos recuerda el Evangelio. Y les enseñaba a rezar; situación sobre la cual los discípulos de Jesús le pedirán que les enseñase a rezar como Juan Bautista enseñado a sus discípulos. En el camino del discipulado, él no les llevaba para sí mismo, no era esa su ‘alegría en la paternidad’, más les preparaba para acoger el Mesías que estaba por llegar. Andrés, por ejemplo, era uno de los discípulos de Juan (11). Esa formación de los discípulos no era algo puramente intelectual, más permeaba toda la vida. Santa Teresina nos recuerda que ‘solamente el sufrimiento puede generar almas para Jesús’. Juan consumió su vida, hasta el martirio, para fecundar almas para Jesús.
El profeta de la alegría, nos enseña a permanecer frente a nuestro Esposo y, así, podremos testimoniar con nuestras vidas que no tiene mayor amor – y por eso mayor alegría – que dar la vida por aquellos que amamos”.
Daniel Ramos
Extraído del libro “Juan Bautista, profeta del Amor Esponsal”
Traducción: Manuel Quezada
Referencias
01 Lc 1,14-15a
02 Lc 3,16
03 Gl 5,22-25
04 Jo 3,29
05 AZEVEDO FILHO, Moysés Louro de. Escritos: Carta a la Comunidad 2005, 58.
06 Id, n. 55
07 Lc 1,80
08 AZEVEDO FILHO, Moysés Louro de. Escritos: Obra Nueva, 01.
09 Id, n. 07
10 Estatutos de la Comunidad Católica Shalom, 06
11 Jo 1,40