Formación

La virginidad

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casal virgindade La virginidad o el celibato, además de consejo para algunos, es también de otra forma un precepto para todos. De hecho, más allá de ser un estado libremente escogido de por vida, es también un deber o, mejor, un ideal y una propuesta evangélica para todos, durante la fase de la vida que precede a la elección definitiva de la propia vocación.

En este sentido, el mensaje no se destina solo a los religiosos y a los que se preparan para el sacerdocio, sino para todos los bautizados. Las motivaciones que descubriremos para la virginidad por el Reino pueden servir de apoyo y de motivación también para los esfuerzos de una joven o de un chico cristianos en la preservación de su pureza e integridad física y espiritual hasta el día del matrimonio. Si la virginidad es la que permite al consagrado decir a Cristo: “Todos mis mejores frutos, mi Amado, para ti los reservaré´´ (Vea Ct7,14), guardar la integridad en vista del matrimonio permite, el día de las nupcias, ofrecer a la persona amada el don inestimable, y por todos secretamente deseado, de oír esas mismas palabras en su sentido más literal: “Todos mis mejores frutos, para ti los reservaré´´.

Eso sin tener en cuenta que no podemos hablar de la virginidad y del celibato sin una continua confrontación con el matrimonio. Por lo tanto, hablar sobre ambos significa también hablar sobre éste. Sin embargo, de cierto modo es mediante esa confrontación que más bien se descubre la naturaleza y la bondad del carisma propio.

Hoy vemos como la cultura dominante de hecho se lanza al ataque contra la virginidad. Según la tendencia, que todos conocemos, de despreciar lo que se perdió o no se consigue realizar la cultura secular lanza la sospecha y hasta el ridículo sobre ese valor tradicional que la propia naturaleza defiende cercándolo con la suave y tenaz guardia del pudor. Chicos y chicas son llevados por el ambiente – a veces hasta por el ambiente escolar que debería ayudarlos, a avergonzarse de su pureza e intentar ocultarlo a toda costa, o hasta a inventar aventuras osadas que jamás sucederán simplemente para no parecer diferente a los otros. Como dijo alguien, la hipocresía, que antiguamente era el tributo pagado por el vicio a la virtud, hoy es el tributo que la virtud paga por el vicio.

El efecto de ese ataque insensato se hace sentir indirectamente hasta en la Iglesia. No podía ser de otra forma, una vez que vivimos y respiramos el aire de este mundo que nos asedia y va contra el evangelio con todos los medios, dentro y fuera de casa. El celibato y la virginidad, se oye a veces, no permiten que el hombre sea plenamente hombre, o que la mujer sea plenamente mujer. Percibo una consecuencia de eso en el modo como se presenta la propaganda vocacional. En encuentros vocacionales tuve a veces la impresión de que la llamada para una consagración especial fuese presentada como un claro presupuesto: “ Abracen nuestra vida aunque traiga consigo el celibato y la virginidad; así podrán contribuir a la venida del Reino, ayudar a los pobres, concienciar a las masas, vivir libres de la esclavitud de las cosas, promover la justicia social´´. Creo que debemos simplemente revisar nuestra poca fe y tener el coraje de invitar a los jóvenes para que abracen nuestra vida consagrada, no a pesar de la virginidad y el celibato, sino por causa de ellos. Quién sabe como en el pasado y en los orígenes de la Iglesia, será exactamente ese ideal que, en vez de apartarlos, irá apasionando a los jóvenes, atrayéndolos a la vida religiosa y sacerdotal.

La virginidad por el Reino es, de hecho, un valor espléndido que las modas y el tiempo no alteran. Pueden juntarse todas las fuerzas y sabiduría de este mundo, más todas las llamadas ciencias humanas en una protesta contra esta forma de vida, pueden hasta definirla como “una infamia del pasado´´, pueden lanzar sobre ella todas las sospechas acrecentando todos los pecados e infidelidades de aquellos que la quisieran abraza, aún así continuará existiendo esa forma de vida, porque fue instituida por Jesús. Nadie podrá arrancar de la tierra esta planta que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, plantó con sus propias manos. Sin embargo, el propio mundo, sin darse cuenta, honra ese valor cuando usa la palabra “virgen´´, el aceite más puro es “extra virgen´´; virgen es lo más bello y menos contaminado entre los productos del hombre en la tierra. Tenemos que apropiarnos nuevamente de las palabras y de los símbolos que la cultura secularizada tomó prestadas de la Biblia y la tradición cristiana y las vació de cualquier significado religioso. La palabra virginidad es una de ellas.

Formación – diciembre de 2008

Traducción: María José Aguilar


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