El remedio para el vicio de la avaricia es la virtud de la generosidad. Esta es una cualidad de quienes están dispuestos a sacrificar algo que es suyo en beneficio de los demás.
Talvez una de las más bellas y sencillas definiciones de esta virtud se encuentre en la expresión: salir de sí mismo. El remedio más eficaz y recomendado por los santos contra la avaricia.
Esta virtud encuentra un lugar fundamental en la descripción del mismo misterio cristiano.
Dios es una constante salida de sí mismo: en la Santísima Trinidad, una Persona Divina sale de sí misma para amar al otro; en el misterio de la Encarnación, el Hijo abandona el seno trinitario para venir al encuentro de los hombres; en su vida pública, Jesús se desvía para encontrarse con el herido; en su enseñanza, el Señor enseña a los discípulos a salir y anunciarlo; en el misterio pascual.
Cristo sale de sí, ofrendando su propia vida, para salvar; en el misterio eucarístico, perpetuado hasta nuestros días, Jesús sale de sí para estar presente en el pan y en el vino a fin de comulgar de él.
Un bien para el otro
Un hecho de generosidad implica perder, ya que consiste en dar algo que es mío a otro que lo necesita. Este bien, independientemente de su índole (sea material, espiritual, tiempo, habilidades, etc.), deja de ser exclusivamente mío y pasa a ser del otro a fin de edificarlo.
Por eso, la generosidad está directamente ligada al sacrificio.
Una persona generosa está dispuesta a sacrificar por amor al otro algo que ella posee, algo que le pertenece.
En su nivel más alto, la generosidad conduce hasta la ofrenda de sí mismo. Esto le concede la virtud de la generosidad, un tono de sacralidad superior a muchas otras virtudes.
La lógica del Reino de Dios
El término sacrificio significa, etimológicamente, volverse santo o santificar, y esto se logra por el principio del amor: cuando pierdo algo por amor al otro, ese algo se vuelve santo. La generosidad consiste, de hecho, en empobrecerse.
A los moldes de Cristo, que “de rico que era, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9).
“Cristo es el supremo Compartir de sí mismo hecho por el Padre, ofrecido para la comunión entre Él y el hombre, comunión del Padre, Hijo, Espíritu, y de los hijos así como los bienes de todos los que son, después de todo, bienes del Padre” (Emmir Nogueira, Leandro Formolo: “El secreto de la Divina Providencia”, p. 104, Ed. Shalom).
La generosidad trae como característica intrínseca la gratuidad. El motor principal de los actos generosos es el amor, que da sin esperar recibir nada a cambio.
Cristo enseña esta característica máxima y evangélica cuando dice “da sin esperar recibir” (cf. Lc 6,35) y da el ejemplo más alto, y perfecto de esta virtud a través del sacrificio.
5 consejos para crecer en generosidad
Ahora tome el remedio de la avaricia en 5 dosis:
1- Oración: el primer paso para crecer en la generosidad es tomar nuestro corazón (en una visión amplia: pensamientos, sentimientos, afectos) de las cosas terrenas y colocarlo en las cosas de lo Alto.
Lo cultivamos a través de la oración. Garrigou-Lagrange dice que Dios “nos hace usar las cosas terrenales como si no las usáramos, sin conectar nuestro corazón a ellas” (Garrigou-Lagrange, “Las tres edades de la vida interior” – Tomo II).
2- Reconocer que todo viene de Dios: es necesario reconocer que todos los bienes con los que nos relacionamos proceden, en primer lugar, de Dios, que nos cuida sólo movido por su amor infinito.
Tener consciencia de que todo es un don divino y hará brotar en nosotros la gratitud, la alabanza y la alegría. Al mismo tiempo, nos hará crecer en el abandono de hijos y nos quitará el miedo a compartir, por miedo a ser abandonados. ¡Dios es un Padre que cuida de nosotros!
3- Dar a los bienes, su debido lugar: debemos tener claro que los bienes no son un fin, sino solo un medio. En la administración y relación con los bienes, siempre debemos apuntar al bien común y a la gloria de Dios.
No debemos permitir que la preocupación por los bienes ocupe más espacio en nuestras vidas de lo necesario. Sí debemos trabajar, ser responsables, por ende, saber que lo nuestro no está en manos de los hombres, sino de Dios. “No te preocupes por lo que vas a comer; “Buscad las cosas del Reino y todo lo demás vendrá por añadido” (cf. Mt 6).
4- Donar lo superfluo: analizar lo que realmente es necesario y reconocer que no necesito más que eso. Todo lo que no es necesario es superfluo y acaba siendo una carga para nosotros. Deshacerse de lo que no necesitamos es un buen ejercicio para crecer en generosidad.
En este punto, es importante reconocer que hay muchas cosas que consideramos necesarias ¡pero no lo son! A menudo, los medios de comunicación crean en nosotros necesidades que no son reales y de las que podemos deshacernos fácilmente.
5- Compartir de forma concreta: así como la codicia se traduce en cosas concretas, la generosidad también debe hacerlo. No sirve de nada el desapego interno sino existe una señal externa de ello. Simplemente nos estaríamos convenciendo de que somos pobres.
El padre Raniero Cantalamessa dice: “El cuerpo sin alma está muerta, el árbol sin fruto es estéril y el fruto sin sabor es insípido; también lo es la pobreza material, si no fuera acompañada por la pobreza de espíritu. (…) En el cristianismo nunca fue inculcada una pobreza espiritual desencarnada (…) Por otro lado, ni el Evangelio ni la Iglesia han canonizado jamás la pobreza material en sí misma, ni han valorado el heroísmo de la pobreza basándose únicamente en el grado de la penuria ”. (Raniero Cantalamessa, Pobreza)
Ejemplos de compartir concreto son la devolución de la comunión de bienes, el diezmo, las obras de caridad, las donaciones, la ayuda a los hermanos necesitados en la dimensión material, entre otros.
Con este espíritu, el Papa Francisco dice:
“Si ustedes quieren saber si son buenos cristianos… Sí, tienen que rezar, tienen que intentar acercarse a la comunión, a la reconciliación… Pero la señal de que tu corazón se ha convertido es cuando la conversión llega al bolsillo. Si eres generoso con los demás, ayudas a los más débiles, a los más pobres: cuando niegas tu propio interés. Cuando la conversión llega ahí, entonces sabemos que es una verdadera conversión. Si son solo palabras, en los gestos, no es una buena conversión”. (Audiencia general miércoles 21, Sala Paulo VI del Vaticano, Papa Francisco)
Que el Señor nos dé la gracia de ser cada vez más como Él, que “de rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.
Traducción: Marjori Small