Formación

Los tres secretos de la Madre de la Esperanza

El tiempo litúrgico de Adviento es la preparación para la venida del Señor. En particular, desde el 17 hasta el 24 de diciembre, se enfatiza la figura de María para que los fieles puedan “considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó a su Hijo”. Tomando esta figura como modelo, podemos prepararnos para encontrarnos con el Salvador que viene (Marialis Cultus, 4).

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1. VIDA INTERIOR
Una mujer embarazada vive para su hijo, está totalmente centrada en la otra persona que ya está allí formándose y que vendrá al mundo próximamente. Ya antes del momento de la inmaculada concepción por el Espíritu Santo, la Virgen María vivía inmersa en Dios, por lo que podemos decir que ha “concebido primero en el corazón que en el vientre” (San Agustín).

Como María, nosotros también podemos concebir a Dios dentro de nosotros, en nuestro corazón, a través de la fe. De hecho, a la mujer que exclama: “Bienaventurado el vientre que te trajo”, Jesús responde: “Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 27-28). De esta manera, el Señor aclara si la razón más profunda de la grandeza y la dicha de María, pero también ofrece a quien le escucha (nosotros incluidos) la posibilidad de concebir a Cristo en nuestros corazones cultivando nuestra vida interior.

2. DESEO ARDIENTE
Del cultivo de la vida interior nace un deseo, el “descanso más íntimo del corazón. Cuanto más nuestros deseos dilaten nuestros corazones, más podremos recibir a Dios” (San Agustín). María vivió en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras y reunió en sí misma la expectativa de todo el pueblo de Israel en una aspiración más ardiente y en total disponibilidad para la recepción de Aquel a quien todos los profetas y reyes deseaban ver (Lc 10, 24). En Ella, “Hija de Sión por excelencia”, el Señor mismo mora, y a través de Ella tiene lugar la venida del Rey (ver Zac. 9: 9).

3. TRAER ESPERANZA
Sabemos bien que, y la liturgia de Adviento nos lo recuerda, tan pronto como se entera del embarazo de Isabel, María se apresura a servirla. Sin embargo, la visita de María a su pariente no significa únicamente ayuda física. Isabel reconoce en ella a la “Madre del Señor” y se llena del Espíritu Santo. La Virgen María lleva en su vientre “la esperanza de Israel y la expectativa del mundo”, lo que la convertirá en “la imagen de la futura Iglesia que, en su vientre, lleva la esperanza del mundo a través de las montañas de la historia” (Spe Salvi , 50).

Por otro lado, en esa visita, María misma se confirma en su fe con las palabras inspiradas de Isabel: “Sí, bendita sea ella que creyó que la promesa hecha por el Señor se cumpliría” (Lc 1, 45). De hecho, cuando llevamos la esperanza a los demás, cuando llevamos a Jesús a los demás, a través de nuestra mirada, nuestra sonrisa, nuestras palabras, nuestra ayuda, nosotros mismos somos edificados y crecemos en la fe.

¡Miremos, por lo tanto, a la Estrella de la Esperanza, para alcanzar a Jesús! No apartemos nuestros ojos de su esplendor, mirémosla para alcanzar nuestra meta.

Elica Melo


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