Testimonio

Mi amiga del cielo se llama Santa Teresita

“Les cuento, de antemano, la historia de una joven que había perdido la fe en Dios. Dada la incredulidad, me convertí en una adolescente amargada y restringida en posibilidades. Adoptaba el pesimismo como estilo de vida..”

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“A vosotros (…) quiero confiar la historia de mi alma”. Estas fueron las palabras iniciales de un diálogo que generó mi amistad más querida. Para llegar hasta la historia de mi amiga, deseo inicialmente caminar por mi historia personal, pues después de un encuentro auténtico, tuvimos nuestras vidas definitivamente entrelazadas.

Les cuento, de antemano, la historia de una joven que había perdido la fe en Dios. Dada la incredulidad, me convertí en una adolescente amargada y restringida en posibilidades. Adoptaba el pesimismo como estilo de vida y existir consistía solamente en: ir de casa al colegio, estudiar para la prueba de acceso a la universidad, zambullirme en libros, películas, internet. Me había metido en una burbuja.

Año 2012, 16 años. Finalmente, tuve una experiencia con el Amor verdadero, de un modo más profundo y personal: era el amor de Jesús. Recibí como gran regalo el sentido de mi vida, así como la invitación para salir de mis prisiones. A partir de ahí, descubrí un mundo lleno de posibilidades, alegrías, descubrimientos y nuevas relaciones. Había sido liberada, amada, estaba extraordinariamente feliz. Sin embargo, miré de nuevo a mi burbuja. Me parecía muy cómoda, y así me sentía incapaz de dar pasos hacia Dios.

Fue precisamente en ese contexto que conocí a mi gran amiga a través de un simple libro, titulado “La historia de un alma”. Se trataba de una joven francesa, carmelita, fallecida a los 24 años en el siglo XIX en Lisieux. En sus escritos, ella conseguía responder a los cuestionamientos lanzados ante mis incapacidades. Mi amiga del cielo se llamaba Santa Teresa del Niño Jesús o apenas Thérèse, como me gusta llamarla. Ella me presentó un camino posible, una pequeña vía toda nueva (“une petite voie toute nouvelle”). En esa vía, yo podría dirigirme a Jesús sin máscara alguna y ser exactamente como yo era: pequeña, incapaz. Esta trayectoria consistía, primordialmente, en reconocerse como un hijo y, así, ofrecer a Dios cosas pequeñas, realizándolas con amor.

Pero ahí, usted debe recordar quién era – pesimista, cerrada, etc. De hecho, en mi historia, la pequeña vía no ha sido un camino fácil, ya que mi Thérèse habla de “conquistar la santidad a la punta de la espada”. Pero, día tras día, ese ha sido un camino transformador, de confrontación con la mentalidad de grandeza en la que fui educada. También confieso que, debido a mi terquedad, a menudo salgo de la pequeña vía y decido caminar en la vía más larga (que también es la más ancha) y, por interferencia de mi orgullo, lo que es bello pasa a ser un peso, la vida se queda sin gracia y sin sabor.

Todavía, Teresita utiliza la figura de las aves para simbolizar la vida interior. Estas representan la divinidad, pues son capaces de establecer relaciones entre el cielo y la tierra. Si por un lado, está el pajarito, figura vulnerable, libre y abandonada al sabor del viento, está también el águila, un animal más robusto y valiente. Con estas imágenes, la Santa invita a identificarse con el pajarito, pero reconoce que es necesario tener mirada de águila, a fin de alzar vuelos más altos y fijar fijamente al Señor, Sol Divino.

Además, he oído que los poetas, así como los santos, tienen la capacidad de expresar, sin resistencias, la belleza y las verdades de la vida. Podemos decir que Cecilia Meireles anda, junto con Teresinha, en el camino de la pequeña vía, ya que trasciende la percepción de cosas pequeñas y las ve como preciosidades. En “El arte de ser feliz”, la escritora habla de cómo ella ve la vida, personificada por la visión de su ventana. Por medio de esta, la poeta observa a un pobre jardinero que regaba con sus delgados dedos un jardín, a fin de mantenerlo vivo. También ve a niños que van a la escuela, a los aviones, el gallo cantando. Cosas ordinarias, pequeñitas, normales, las cuales la proporcionaban profunda felicidad. Y entonces concluye Cecilia:

“A veces abro la ventana y encuentro el jazmín en flor. Otras veces encuentro nubes gruesas. Avisar a los niños que van a la escuela. (…) A veces, un gallo canta. A veces, un avión pasa. Todo está bien, en su lugar, cumpliendo su destino. Y me siento completamente feliz. Pero cuando hablo de esas pequeñas felicitaciones ciertas, que están delante de cada ventana, unos dicen que esas cosas no existen, otros que sólo existen delante de mis ventanas, y otros, finalmente, que hay que aprender a mirar, para poder verlas así . “²

Con mirada y aspiración de águila, Teresa vuela a su amado. Pero ve, pequeñita, de su ventana (o su querido claustro, mejor dicho), que es pajarito, o sea, un ser frágil, debilitado, necesitado de su Señor. Y es justamente por eso, que se hace posible exclamar: “¡Oh Jesús, cómo tu pajarito está feliz! ¿Qué sería de él si fuera grande? “.

1 Historia de un alma. Manuscrito A. p.1 
2 MEIRELES, Cecilia. Arte de Ser Feliz. En: ANDRADE, Carlos Drummond de et alii. Cuadrante. Río de Janeiro: Editora Autor de 1962. 
3 Historia de un alma. Manuscrito B.

Andriela Medeiros

Traducido por María José Aguilar


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