Quien quiera venirse conmigo que cargue con su cruz y que me siga
Tendríamos que preguntarles a nuestros hermanos cristianos del Medio Oriente cómo entienden ellos esta frase, cómo la viven en su carne día a día, cómo llevan -en algunos casos siglos- viviéndola, y cómo, sin embargo, se sienten tranquilos, seguros en su fe, sabiendo que es la Presencia del Señor en sus vidas lo que les da la fuerza para no perder ni la alegría, ni la confianza, ni la seguridad de que el Señor está con ellos, aunque a veces lo han perdido todo (sus posesiones, sus casas, a veces su familia, la vida en muchos casos).
Y realmente eso es lo que nos dicen las lecturas de hoy. Es decir, Jesús habla de qué significa Él, quién es Él. Y la pregunta esa sigue siendo una pregunta absolutamente actual para nosotros, aunque la formularíamos de otra manera: ¿Existe para el hombre hoy una posibilidad de vivir con gozo? Cuando digo “para el hombre” no hablo de la humanidad en abstracto, hablo de nosotros. ¿Existe para nosotros una posibilidad de vivir con alegría, de vivir con esperanza? Pues existe, existe. Y anunciar el cristianismo es anunciar a Cristo, y anunciar a Cristo es anunciar justamente que esa posibilidad en Cristo existe.
Que aunque podamos ser perseguidos o vivir sencillamente las consecuencias de una vida humana que muchas veces se manifiesta llena de errores o desastrosa o que paga las consecuencias del mal que se ha instalado en el corazón del hombre desde el principio, sin embargo hay una fuente de vida, de amor, más grande, que baña y abraza toda la historia; que baña y abraza toda mi historia personal, la de cada uno de nosotros, y en la cual uno puede decir ‘caminaré en presencia del Señor en el país de la vida’, o puede decir ‘pongo mi rostro como pedernal a los salivazos o a los insultos’ o a lo que sea, por la sencilla razón de que mi Defensor está junto a mí.
Pero siendo decisivo e importantísimo esto que las lecturas de hoy nos enseñan, yo quisiera en estas semanas, estamos preparándonos a vivir un acontecimiento eclesial de suma importancia y en estos momentos de gran trascendencia, porque yo creo que todos los conflictos que hay entre la experiencia cristiana y la cultura secular contemporánea se catalizan en el punto del significado del matrimonio y de la familia, y del significado del cristianismo para la vida de un matrimonio y de una familia.
Por lo tanto, ya lo vemos, y os aseguro que va a haber más, justo cuando se esté celebrando el Sínodo, pues va a haber ahí un conflicto importante. Va a haber, como han dicho algunos que hubo en el Concilio y que ha habido en algunos sínodos también, dos sínodos: el sínodo de lo que hablan los obispos y el Santo Padre allí, y el sínodo de los medios de comunicación, que probablemente son diferentes y uno trata de influir, claro, y de determinar, diríamos, el desarrollo del otro. El segundo trata de determinar lo que a nosotros nos llega.
El mismo Santo Padre acaba de promulgar en esta semana última un Motu Proprio (es decir, una cosa –diríamos- que es iniciativa suya, aunque lo ha hecho consultando, como él mismo explica, a expertos y a otras personas), simplificando decisivamente y de manera muy importante los procesos de nulidad. Algo por lo que yo no puedo mas que dar infinitas -infinitas no, soy demasiado pequeño para dar infinitas- gracias, pero muchísimas gracias a Dios porque el Santo Padre haya tomado esta iniciativa.
Primero porque esos procesos de nulidad a veces se complicaban de una manera… Yo conozco casos de personas que han estado diez años, catorce años, esperando una nulidad. También, a veces, no os creáis que sólo por dificultades propias del ejercicio de la justicia o del funcionamiento de los tribunales; también por intereses de alguna de las partes. Cuando un matrimonio está muy roto es una guerra a muerte, y en esa guerra a muerte se puede usar de todo.
El Santo Padre ha retomado eso y lo ha traído al corazón mismo de la Iglesia. Y bendito sea Dios. Se traducirá, Dios mediante, en fórmulas, pero es cierto que de la misma manera que yo creo que ha reducido extraordinariamente… En los tribunales eclesiásticos, la gente se cree que una nulidad es que cuesta mucho. Si una nulidad es investigar si ha habido causas que hagan que aquel matrimonio no haya sido de verdad un matrimonio (por defectos de conocimiento, por engaños previos al matrimonio en cosas que afectaban a la esencia misma del matrimonio durante el noviazgo o por falta de libertad de los que se casan).
Y luego, hay toda una mundanización del rito del matrimonio, sabiendo que una boda es algo precioso, Dios mío, y un momento único en la vida, pero justo por eso, pues veréis… ya está. Me decía un sacerdote que cuantas más pamelas ve en una boda, menos cree en esa boda. Y es verdad, cuanta más parafernalia exterior hay en la boda, a veces menos consistencia tiene la boda misma.
Dios mío, es verdad que hay toda una serie de problemas graves vinculados al hecho del matrimonio y a la realidad de la familia en nuestro mundo. Hay una estadística de hace pocos años que decía que en España, solamente, se rompe un matrimonio cada 5 minutos. Eso es una pandemia. Es decir, algo nos pasa. Esto es a lo que yo quisiera dedicar los próximos domingos hasta que empiece el Sínodo: comprender un poquito algo de lo que nos pasa.
Yo no voy a pretender ni tener las claves ni tener recetas, desde luego. Aplicaré lo antes posible, inmediatamente, el Motu Proprio del Santo Padre en lo que respecta a la Diócesis de Granada, y encantado además de hacerlo y de poder ayudar de manera eficaz a los matrimonios, que habría que ayudarles antes, antes de que estén ya en una situación. Cuando acuden al Tribunal Eclesiástico normalmente la situación está tan herida que lo que hay que hacer es casi cuidados paliativos, no realmente una ayuda (las ayudas hay que darlas antes, y hay que estar dispuestos a darlas antes).
Pero quisiera dedicar las próximas homilías justamente a ayudar a entender por qué en nuestra sociedad hay esa problemática tan aguda acerca del matrimonio. Y voy a señalar algunas causas. Las enumero simplemente hoy.
La primera de ellas es una cosa que se llama contractualismo. Es una filosofía que tiene que ver también con el nihilismo que domina nuestra cultura y que hace casi imposible que puedan darse unas relaciones de lo que en la Iglesia se llama un matrimonio, de lo que en la Iglesia se llama un sacramento, que podamos entender.
La segunda tiene que ver con cómo hemos separado lo religioso y lo cristiano de lo humano. Eso lo dijo ya el Concilio hace 50 años. Lo han repetido los papas, especialmente San Juan Pablo II, Benedicto XVI y el mismo Papa Francisco, hasta la saciedad, de maneras diversas, pero todavía no nos ha calado para nada a los cristianos esa enseñanza. Pero si se separa lo humano de lo cristiano, y el matrimonio es una cosa meramente humana, meramente animal, podríamos decir, ¿qué pinta Cristo ahí? Pues, como te dicen muchas veces los padres de los novios en una boda: “Ay, son muy majos. Hay que pedirle al Señor a que les ayude a que se puedan seguir queriendo”. No pinta nada, en realidad. Es como una especie de halo como el del que se pone en las imágenes de los santos en torno a la cabeza pero que no influye para nada en el corazón, en la mirada, en las relaciones humanas, en la vida. Cristo y las cosas de Cristo, y la religión en general, están fuera de la vida.
Y la otra razón es que hemos perdido en gran medida las fuentes donde uno puede aprender lo que es el matrimonio. Y las fuentes son el Misterio Pascual de Cristo. Tratamos de aprender lo que es el matrimonio, incluso los cursillos matrimoniales. Se habla de psicología del hombre y la mujer, que está muy bien, es imprescindible y para un sacerdote; pero bueno, un poquito también les vendría bien a todos los seres humanos, a los maridos y a las mujeres. O se les explican aspectos jurídicos de la vida matrimonial o de las dificultades de la vida matrimonial, o casi se les explica a veces cómo hay que separarse cuando llega el momento de separarse, en lugar de explicar que el esposo es el Señor y que es mirando la relación de Dios con los hombres como nosotros podemos aprender lo que significa, porque somos imagen de Dios, no lo olvidemos. Y la apertura al infinito que tiene nuestro corazón y el deseo de felicidad infinito y de belleza y de alegría infinito que tiene nuestro corazón es parte de nuestra imagen de Dios, de nuestra alma y de nuestro cuerpo.
Y Dios ha creado la dualidad de los sexos, también en las especies animales, y ciertamente en el ser humano, para que podamos comprender esa relación suya con nosotros, que Él ha descrito siempre como relación esponsal. Pero llevamos varios siglos deserotizando por completo toda la vida cristiana. Ya nos cuesta llamar a Dios Padre. Cuando yo os digo “queridos hermanos”, suena a frase hecha, que no tiene ningún significado; cuando hablamos de la Iglesia como familia, ¿qué más quisiéramos?; pero cuando yo digo “queridísima Esposa de mi Señor Jesucristo”, yo percibo que la gente que no está acostumbrada a oír eso todas las semanas pone una carilla como diciendo ‘¿qué está diciendo este hombre?’. Pues sí, Esposa amadísima de nuestro Señor Jesucristo, por quien Él entregó una vez su sangre y su vida, y repite misteriosamente sobre el altar el don de esa sangre y de esa carne y de esa vida, y eso lo que hace un esposo por su esposa, que es la Iglesia.
Y éstas son nuestras fuentes. El Bautismo es una celebración nupcial. La vestidura blanca de las novias, cuando se sigue usando, es una memoria de la celebración bautismal. La Eucaristía: algunos me lo habéis oído decir muchas veces, cada Eucaristía es una boda. De ahí viene lo de vestirse un poquito mejor los domingos para asistir a la Eucaristía, igual que se viste uno un poquito mejor para las bodas. Ahora no, ahora se viste uno para las bodas como en el Hollywood de los años 20 y se viste uno para la Eucaristía como si fuera al gimnasio. Ya está. Son cosas que hemos perdido y que tienen una significación cultural muy profunda.
Hasta cuando hablo del contractualismo hablo de economía, hasta la economía del matrimonio, hasta la economía de la familia. Economía significaba “oikos nomos”, la “ley del hogar”. Si la ley del hogar es 50% cada uno, no hay matrimonio que resista. La ley del hogar tiene que ser otra; es otra, de hecho.
Como no quiero que aborrezcáis esta Eucaristía, continuará. Tenemos para cuatro o cinco domingos, pero tenemos que hablar de eso. Hablar de eso es hablar de Dios. Y si hablar de Dios no significa hablar de eso, hablar de Dios no significa nada. Es un puro adorno vacío. No hay más manera, bella, verdadera, que corresponda a nuestro corazón de verdad, de hablar del matrimonio que hablando de Cristo. Y no hay más manera de hablar de Cristo que corresponda de verdad a los anhelos profundos a nuestro deseo de infinito y de vida eterna que implique hablar del matrimonio, hablar de la protección de la tierra -como ha hablado el Papa hace poco también-, hablar de las relaciones humanas, de la amistad, del amor humano, del cariño, de lo que significa; si no, de nuevo, hablar de Dios es hablar de nada.
Vamos a pedirLe al Señor por el Sínodo. Vamos a pedirLe al Señor por cada una de nuestras familias. Todos tenemos una familia. En la situación que esté, en las circunstancias que esté y de la forma que sea. Quienes somos ya muy mayores, casi no tenemos mas que mucha familia en el Cielo y a lo mejor muy poquita aquí en la tierra, pero todos pertenecemos y somos una familia. Y la familia primera tendría que ser la Iglesia, en el cual la vida de las otras familias acontece, se vive, y se vive con gusto, con gratitud, con alegría. ¿Porque no haya dificultades? No. Pero porque hay un amor mucho más grande que cualquier dificultad que nos es regalado permanentemente. ‘Yo estoy con vosotros –dijo el Señor- todos los días hasta el fin del mundo’. Y os prometo que cumple su promesa. Os lo prometo. Y ahí se ilumina nuestra vida. También se ilumina lo que significa querernos y aprender a querernos. Vamos a proclamar nuestra fe.
+ Mons. Javier Martínez ( Homilia de 13 de septiembre de 2015)
Arzobispo de Granada
Fuente: Archidiocesisgranada