Cristo calma la tempestad y los discípulos quedan ‘espantados’ (cf. Mt 8,27), esto es, “llenos de temor de Dios”. La expresión de origen griego que el evangelista Mateo utiliza es ethaumasan (ἐθαύμασαν), una conjugación del verbo thaumazó (θαυμάζω). Este verbo aparece cuarenta y cuatro veces en el Nuevo Testamento y puede ser traducido como ‘sorprendido’, ‘impresionado’ o ‘impactado’.
En el contexto bíblico, éste término, es usado generalmente para describir la relación subsistente a una manifestación divina, por lo que se deduce que la ‘sorpresa/espanto’ viene desde el reconocimiento de las ‘maravillas de Dios’. De hecho, ‘maravilla’ en griego se dice ‘thauma’ (θαυμάζω) y es de este vocablo que surge el verbo thaumazó (θαυμάζω).
¿Dios también está en la calma?
En el pasaje de la tempestad calmada, los discípulos quedan ‘maravillados’, ‘sorprendidos’ o ‘espantados’ porque reconocen la divinidad de Jesús cuando éste demuestra su autoridad sobre la naturaleza.
Ahora. En otras de los innumerables viajes relatados por las Escrituras en que el Colegio Apostólico hizo junto a su Maestro de barco (cf. Mc 1,2-20; Jo 6,1), el mar quedó calmo, no tuvo vientos fuertes ni tempestades. En ninguno de estos casos, se constata un reconocimiento de la divinidad de Jesús. Los discípulos no quedan ‘maravillados’ porque pasaron de un lado a otro del mar, sanos y salvos, sin mayores dificultades.
La pregunta es: ¿el Señor actuó también en aquellas ocasiones? ¿Fueron también aquellos viajes tranquilos y sin problemas una manifestación del cuidado de Dios? Definitivamente, sí.
Dios siempre está con nosotros (cf. Mt 28,20; Js 1,9), Él nos conduce para aguas tranquilas (cf. Sl 23 (22), 2); nos cuida y nunca nos deja (cf. Dt 31,8). No sólo en las tempestades de la vida, mas también en la brisa leve Dios se manifiesta (cf. 1 Rs 19,12).
¿A quién buscamos, de hecho?
Con todo, aparentemente, el ser humano (en general) apenas reconoce la acción de Dios cuando estamos en la tempestad y Él interviene. Caso contrario, mal Le consideramos en otros días, cuando batallamos con problemas, en medio a algún discernimiento. Mas cuando estamos con la salud débil o cuando alguien cercano padece de alguna enfermedad, es entonces que pedimos, suplicamos, nos arrodillamos e investimos tiempo en la oración y en las diversas prácticas de piedad.
Por ello, vemos que cuando estamos “bien”, no rezamos (y si lo hacemos, no es con tanto afano); nos olvidamos de la confesión y de la misa; no nos recordamos que Jesús eucarístico nos espera en la capilla para ser adorado. Este comportamiento deja en evidencia nuestra indiferencia ante Aquel que tanto nos ama.
Nos pasamos buscamos “los milagros de Dios” y no “el Dios de los milagros”.
No espere la tribulación: reconozca el Amor en lo ordinario de la vida
Parece que necesitamos de una tempestad para gritar: “Señor, ¡sálvanos! ¡Estamos pereciendo!”, sin percibir que la indiferencia para con Dios es la peor norte ante cualquier tribulación y tempestad que nos pueda amenazar.
Si estás atravesando algún mar y surge una gran tempestad, ¡no tenga miedo! ¡Confía en Dios! ¡Él tiene poder sobre todo! ¡Él está contigo!
Si estás atravesando algún mar con aparente calma, ¡alaba! ¡Agradece! Y, por sobre todo, no se olvide de Aquel que está tocando la puerta (cf. Ap 3,20), siempre queriendo entrar aún más en su vida.
No tenga miedo de, como discípulo, caminar en todas las circunstancias al lado del Maestro.
Traducción: Manuel Quezada