Ante cientos de miles de jóvenes paraguayos congregados en la Costanera de Asunción, como broche a su viaje apostólico en América Latina, el Papa Francisco, dejando de lado el discurso que llevaba preparado, quiso hablar a los jóvenes a partir de las intervenciones de los tres jóvenes que habían hablado antes que él.
El Papa comenzó su discurso contando a los presentes que Orlando, el joven lector que había proclamado minutos antes el Evangelio, le había pedido al Papa que “rezara por la libertad de cada uno de los jóvenes”.
“La libertad es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón, la explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza… todas esas cosas nos quitan la libertad”
“Tener el corazón libre, que puede decir lo que siente, que pueda hacer lo que siente, es lo que pedimos hoy para todos. Un corazón que no sea esclavo de las trampas del mundo, de la comodidad, del engaño, que no sea esclavo de la buena vida, de los vicios, de una falsa libertad que es hacer lo que me gusta en cada momento”.
Puso el ejemplo de Liz, la primera joven que compartió su testimonio de hija única cuidando a la madre enferma de Alzheimer y a la abuela impedida: “ella nos ha enseñando que no podemos hacer como Pilato, no podemos lavarnos las manos ante las necesidades de los demás”. “El de ella es un grado altísimo de amor, de solidaridad”.
Hablando después de Manuel, que pasó una vida llena de dificultades, explotación, necesidades y dolor, elogió que “en vez de vengarse de la vida, supo salir adelante”, “trabajar en lugar de robar”. “¿Cuántos de ustedes tienen posibilidad de estudiar, tienen todo? Esperanza, trabajo, luchar por la vida: este es el testimonio de Manuel. Ustedes que tienen de todo, comprendan que hay jóvenes que tienen dificultades y que en la desesperación acaban en la delincuencia. No dejen de tenderles la mano”.
Jóvenes, vuelvan a las parroquias
Respondiendo a los testimonios de Manuel y Liz, los dos jóvenes que compartieron sus experiencias vitales públicamente, el Papa les hizo ver que había una clave en la que habían encontrado su fuerza: conocer a Dios, que es “esperanza y fortaleza. Eso es lo que necesitamos hoy. No queremos jóvenes débiles, que se cansan rápido, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes y con esperanza y fortaleza, con corazón libre”.
“Para eso hace falta sacrificio, andar contra corriente, añadió el Papa. El plan de Jesús va siempre contracorriente: lean las bienaventuranzas”.
“El otro día un cura en broma me dijo si, usted siga aconsejando a los jóvenes que hagan lío, pero después los líos que hacen los jóvenes lo tenemos que arreglar nosotros. Así que yo les pido, hagan lío, pero ayuden a organizarlo. Hagan un lío que nos de esperanza, que nazca de haber conocido a Jesús”.
“Había preparado un discurso para ustedes, pero los discursos son aburridos, así que se lo dejo al obispo encargado de los jóvenes”, concluyó, en medio de los vítores de los jóvenes.
Lo que decía el discurso del Papa Francisco:
San Ignacio describe la vida como un enfrentamiento entre dos equipos de fútbol, el de Jesús y el del demonio. Ambos entrenadores actúan de forma bien distinta: “el demonio para reclutar jugadores, les promete a aquellos que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder. Serán famosos. Todos los endiosarán”.
El Papa Francisco, así, sin tapujos (para que luego haya quien diga que niega que el demonio existe) llevaba este discurso preparado para los cientos de miles de jóvenes paraguayos congregados en Costanera, junto al Palacio Presidencial, como broche final de su viaje apostólico a América Latina.
Fuente Aleteia.