El Papa Francisco ofreció, este lunes 22 de diciembre en su discurso a los cardenales y monseñores de la Curia romana para felicitarles la Navidad en la Sala Clementina del Vaticano, un catálogo de probables enfermedades o tentaciones, y animó a confesarse para preparar el corazón para la fiesta del nacimiento de Jesús.
En primer lugar advirtió de la enfermedad de sentirse inmortal, inmune e indispensable. “Una Curia que no se autocritica, que no se actualiza y trata de mejorar es un cuerpo enfermo”, advirtió. Contra la patología del narcisismo, del creerse superior a los demás en lugar de una persona al servicio de todos, propuso la gracia de sentirse pecadores.
A continuación previno de la enfermedad del “martalismo”, de la excesiva actividad, que también afecta a la Iglesia, de trabajar sin detenerse a contemplar a Cristo. “El tiempo de descanso es necesario”, dijo: pasar tiempo con los familiares, respetar las fiestas, … “hay un tiempo para cada cosa”.
A continuación apuntó la enfermedad de la insensibilidad humana, de poseer un corazón de piedra, de perder los sentimientos de Jesús, que hace perder la serenidad y la vivacidad, a quien la padece. “No somos máquinas –constató el Papa-, debemos tener los mismos sentimientos de Jesús”: humildad, generosidad,…
Seguidamente habló contra la excesiva planificación y el funcionalismo, enfermedad o tentación que convierte a la persona de Iglesia en mero contable o comercial. Contra ello, propuso el antídoto de no querer pilotar la libertad del Espíritu Santo, ponerle límites.
Después señaló la enfermedad de la mala coordinación, que aparece cuando los miembros del Cuerpo de la Iglesia no colaboran entre sí. El Pontífice propuso la metáfora del cuerpo que no obedece a la cabeza (Cristo) -“el pie que le dice a la cabeza: yo voy por mi lado”- y pidió colaboración entre las personas que siguen a Cristo.
La siguiente del catálogo fue “la enfermedad del “alzheimer espiritual”, del olvido de la historia de la salvación, de la historia personal con el Señor, del primer amor. Francisco advirtió que perder la memoria del encuentro con el Señor lleva a las personas a vivir en los “caprichos “ personales y adorando “los ídolos que han hecho con sus propias manos”.
Después advirtió de la enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria, que “aparece cuando la apariencia y los sueños de gloria se convierten en el primer objetivo” del trabajo y el servicio. Contra ella recordó las recomendación de san Pablo de “considerar a los demás superiores de sí mismo”, e invitó a no ser enemigos de la curz de Cristo, sino adoradores del dolor y el sufrimiento de los demás.
Francisco citó entonces “la enfermedad de la esquizofrenia existencial, la de vivir una doble vida fruto de la hipocresía y el vacío espiritual”. Quienes la sufren pierden el contacto con la realidad, sumiéndose en un mundo paralelo, y pueden escudarse en sus títulos universitarios o de sus cargos. Para combatirla, el Pontífice pidió ser humildes en la fe y en las obras.
Y el Obispo de Roma habló también de una tentación de la que ya ha advertido en varias ocasiones: la enfermedad del cotilleo, de la murmuración, que “es grave”, aseguró: empieza en hacer una simple charla pero se instala en la persona convirtiéndola en semilla de cizaña. “Hermanos, guardémonos del terrorismo del cotilleo”, pidió.
La siguiente enfermedad del catálogo de Francisco fue la de los que cortejan a sus superiores para obtener beneficios personales: personas “víctimas del carrerismo y el oportunismo” que siempre piensan en lo que debo obtener, en lugar de en lo que puedo ofrecer, personas “mezquinas e infelices”, aseguró.
Fuente: Aleteia