«¡Muchas gracias por su acogida, que me ha hecho sentir en casa desde el primer momento!». En su primer discurso en Corea, en la ceremonia de bienvenida el Papa Francisco expresó su gran alegría por estar en “tierra de la mañana tranquila”, y descubrir no sólo la belleza natural del País, sino sobre todo de su gente, su riqueza histórica y cultural. Sin olvidar los largos años de violencia, persecución y guerra, el Obispo de Roma destacó la importancia de una esperanza «firme de justicia, paz y unidad». Esperanza que «es un gran don», subrayó, para luego añadir: «no nos podemos desanimar en el empeño por conseguir estas metas, que son un bien, no sólo para el pueblo coreano, sino para toda la región y para el mundo entero».
Con su gratitud a la presidenta de Corea, a las autoridades y cuerpo diplomático por el cordial recibimiento, el Papa Bergoglio se refirió a las dos celebraciones que se complementan una a otra y que caracterizan su visita a esa nación: la VI Jornada de la Juventud Asiática y la beatificación de 124 coreanos que murieron mártires de la fe cristiana: Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros. Reiterando cuán importante es el encuentro entre jóvenes y ancianos para la transmisión de los valores, y, en particular, en este momento, «la necesidad de transmitir a nuestros jóvenes el don de la paz», el Obispo de Roma hizo hincapié en que «esta llamada tiene una resonancia especial aquí en Corea, una tierra que ha sufrido durante tanto tiempo la ausencia de paz».
Asegurando su reconocimiento y animando «los esfuerzos hechos a favor de la reconciliación y la estabilidad en la península coreana», el Papa añadió: «la búsqueda de la paz por parte de Corea es una causa que nos preocupa especialmente, porque afecta a la estabilidad de toda la región y de todo el mundo, cansado de las guerras».
«Me gustaría que todos nosotros podamos dedicarnos en estos días a la construcción de la paz, a la oración por la paz y a reforzar nuestra determinación de conseguirla», afirmó también el Santo Padre después de recordar en particular, el reto y la responsabilidad de defender el bien común y la paz de la familia humana, mediante el trabajo paciente de la diplomacia. Paz que no es simple ausencia de guerra, sino que es “obra de la justicia” (cf. Is 32,17). Pues para construir un mundo mejor, más pacífico, justo y próspero, para nuestros hijos, el bien común, del progreso y del desarrollo debe ser no sólo económico sino también humano, promoviendo la justicia social, con atención especial a los pobres, a los más vulnerables y a los que no tienen voz, a su crecimiento humano y espiritual y tutelando el medio ambiente. Alentando la democracia coreana y la globalización de la solidaridad, tan necesaria hoy: esa solidaridad que busca el desarrollo integral de todos los miembros de la familia humana, el Papa Bergoglio recordó a san Juan Pablo II y asegurando el constante deseo de la comunidad católica coreana de participar plenamente en la vida del país, señaló que la Iglesia desea contribuir a la educación de los jóvenes, la solidaridad con los pobres y los desfavorecidos y la formación de nuevas generaciones de ciudadanos dispuestos a ofrecer la sabiduría y la visión heredada de sus antepasados y nacida de su fe, para afrontar las grandes cuestiones políticas y sociales de la nación.
Fuente: Radio Vaticana