A mediodía del lunes 18 Francisco se despidió de Corea y de su pueblo afable, excelente anfitrión del Pontífice en los últimos cinco días. Casi nueve mil kilómetros lo separan de Italia. El Santo Padre sobrevuela Corea, Mongolia, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Eslovaquia, Austria, Eslovenia y Croacia. Antes de la partida la invocación de paz y reconciliación del Pontífice por la dividida península coreana se volvió a elevar esta última jornada desde la catedral de Myeong-dong, un escondido oasis de paz entre los rascacielos de Seúl. Dentro del templo más antiguo de la capital coreana se encontraban unas 1000 personas necesitadas precisamente de paz y reconciliación y especialmente invitadas; fuera de la misma bajo la lluvia, centenares de fieles siguieron la ceremonia a través de pantallas gigantes. Otros grupos presentes lo representaban familias multiculturales, desempleados, migrantes, personas con minusvalías o estudiantes -futuro de la iglesia y la sociedad; refugiados de Corea del Norte, así como algunas ancianas víctimas de esclavitud sexual por el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. El Papa tuvo un momento para cada uno y con cada uno de ellos. En su homilía invitó a tener confianza en la potencia reconciliadora de Cristo, y recordó que todos los coreanos son hermanos y hermanas. Se pidió por la paz, por los lugares donde hay conflictos y guerras, por aquellos que sufren la división, por los pobres y por los marginados. Antes de la celebración en la antigua residencia de la Curia tuvo lugar un breve encuentro privado del Obispo de Roma con los líderes religiosos. Uno de ellos, el arzobispo ortodoxo coreano Ambrosio, le regaló una cruz bizantina con la que Francisco bendijo a la asamblea al final de la misa.
Fuente: Radio Vaticana