Cartas a Dios es una hermosa alegoría de la vida vista a través de los ojos de un niño con una enfermedad terminal. La premisa de la historia puede asustar, y es precisamente una de las grandes virtudes de esta película el iluminar de modo maravilloso uno de los grandes misterios de la vida –la presencia del mal y la enfermedad en los inocentes– y como éstos pueden ser ocasión de encuentro, amor y redención.
Oscar, internado en un hospital con otros niños que sufren diversas enfermedades o discapacidades, se enterará de modo casual que su muerte está próxima. Sus padres no son capaces de enfrentar la situación, y el pequeño se verá completamente solo. Conoce, tras un encuentro fortuito, a la “dama de Rosa”, a quien le confiesa pronto que “no es un buen paciente, del tipo que hace feliz, de aquellos que hacen tener fe en la medicina”. Rosa tampoco es feliz, ni del tipo “que hace caridad”. Pronto, sin embargo, comenzará una hermosa relación llena de ternura y esperanza.
Rosa le hace a Oscar una propuesta curiosa: cada día será como diez años de la vida. La película nos llevará así, por medio de diversas situaciones, a recorrer alegóricamente toda una existencia, con las bellezas y dificultades propias de cada etapa. En ningún momento, sin embargo, olvidamos que Oscar está pronto a morir, y ello abre de modo natural a la comprensión de que la vida es pasajera y estamos, mientras vivimos, tan solo en tránsito.
La película nos ilumina de este modo en otro aspecto importante de la vida. ¿Qué caracteriza una buena vida? Aprenderemos con Oscar que la respuesta no está necesariamente en una larga vida, llena de bienes y evitando el sufrimiento. Se puede vivir bien en un día –o diez en el caso de Oscar– cuando se asume la existencia centrados en lo esencial. Así, en cierto sentido, nuestro destino se juega en el presente, donde nuestras intenciones y actos tienen ecos de eternidad.
Aspecto clave de la película será cómo Rosa va educando a Oscar a dirigirse y confiar en Dios. Sintiéndose abandonado por sus padres, será difícil para el pequeño creer. Alentado por Rosa empezará a escribir cartas a Dios. Cada misiva será amarrada a un globo, y se alzará lentamente por los aires, como una hermosa imagen de la oración que se eleva hacia Dios. Un tanto escépticas al principio, las cartas de Oscar poco a poco se irán llenando de confianza y deseos, no solo por el propio bien, sino por el bien de los demás. La preocupación por el prójimo, precisamente, marcará una nueva etapa de madurez en Oscar, que hallará un feliz desenlace en la reconciliación con sus padres.
Rosa logrará así enseñarle a Oscar una aproximación a la vida y a su enfermedad llena de aceptación –no resignación– y de esperanza. Encontramos acá uno de los aspectos más interesantes de la película. Rosa no es perfecta, y arrastra años de evitar todo compromiso y preocupación por los demás. La relación con Oscar la transformará también, y nos da a entender que uno no necesita esperar a ser perfecto para ayudar a los demás. Dios actúa a través de nuestras fragilidades y limitaciones, y muchas veces siembra de modo insospechado, por medio de nuestros actos, semillas de conversión en los corazones de los demás.
Frente a una imagen del Señor crucificado Oscar comprende que la muerte y la enfermedad no son un castigo, y aprende a confiar en un Dios que ha sufrido por la humanidad. “¿Cómo puedes poner tu confianza en Él? ¡Se ve tan mal como yo!”, exclama, para luego experimentar a Jesús cercano a su propio sufrimiento. Dios no es insensible ante el dolor humano, y cada amanecer recordará a Oscar que el amor de Dios es infinito y nunca descansa. Así, cada día invita a ver la realidad con ojos nuevos, para maravillarse como si fuese la primera vez y asombrarse ante el misterio de la vida y del amor de Dios, que ni la enfermedad ni la muerte pueden ocultar.
¿Qué situación puede parecer más injusta que un hospital lleno de niños enfermos?Cartas a Dios no busca soslayar la dureza de la enfermedad, ni presentar una visión rosa de la vida. Enseñándonos lo verdaderamente valioso en la vida, Cartas a Dios resulta una película llena de ternura, compasión y, paradójicamente a ojos humanos, llena de gozo y paz.
Fuente: http://catholic-link.com/