Un equipo legendario (When the game stands tall) es la última película protagonizada por Jim Caviezel, reconocido por su papel como Jesús en la película La Pasión, así como por su abierto compromiso cristiano. Narra la historia real de Los espartanos, un equipo de futbol americano de la secundaria De la Salle, que posee un inusitado record de victorias consecutivas: 151 partidos ganados uno tras otro entre 1992 y 2003. Un impresionante record que se debió mucho a la labor formativa del entrenador, Bob Ladouceur, interpretado precisamente por Caviezel.
La película, aunque con un inicio un poco lento y muy centrado en transmitir un mensaje, ofrece en su totalidad un valioso ejemplo de compañerismo, entrega y generosidad, así como un testimonio de una interesante labor formativa por parte del entrenador Ladoucer. En las dinámicas que promueve se percibe con claridad que apunta a mucho más que preparar a los jóvenes para una victoria deportiva, enseñándoles a enfrentar los desafíos de la vida.
«No se trata de ser perfectos… sino de dar el esfuerzo perfecto», les dirá a sus jóvenes alumnos, invitándolos no a un perfeccionismo imposible de alcanzar, sino a una entrega al máximo de sus posibilidades y capacidades. Su metodología supone también invitarlos a ponerse medios concretos, exigentes pero al mismo tiempo a su alcance, para ir superándose y vencer las propias limitaciones. Alentará la ayuda mutua y, de modo interesante, el compartir. Va así poco a poco construyendo una suerte de comunidad de amigos que en el terreno de juego —y luego en la vida— darán todo los unos por los otros.
De modo interesante el equipo sobre el cual gira la película es precisamente el que perdió, en el año 2003, el inusitado record. ¿Qué hace el entrenador Ladouceur tras la derrota y ante la decepción y frustración de los jóvenes deportistas? Lleva a todos los jugadores a un hospital, haciéndolos trabajar un día como voluntarios ayudando a heridos de guerra. ¿No es una manera de ayudarlos a quitar la mirada sobre sí mismos, para levantarla y mirar al prójimo, y poner la propia vida en perspectiva?
La enseñanza estará clara: «No dejen que un juego defina quiénes son… dejen que el modo cómo viven la vida lo haga». La invitación a superarse, a comprender qué es lo realmente valioso en la vida, y que ésta siempre ofrece retos cada vez mayores a quienes la asumen con compromiso, se percibe en el alentador mensaje de esta película. «Las lecciones más duraderas —les explicará el entrenador— son aquellas en las que algo malo nos pasa o algo desafiante nos confronta».
La película nos enseña que por encima del juego, de las victorias, reconocimientos y records, están las cosas realmente importantes de la vida, como el honor, el amor, la entrega, el compañerismo, el compromiso y sacrificio por los demás.
Como tantas otras películas, When the game stands tall es una producción que refleja la profunda analogía que existe entre el deporte y la vida cristiana. Lo señalaba en una entrevista el propio entrenador Ladouceur, también profesor de religión en el colegio De La Salle: «La gente se sorprende de que enseñe religión y también los entrene en el fútbol. ¡Como si no pudiesen ir juntos!»