Amigos para siempre. En el corazón del hombre existe una profunda sed de amar y de ser amado; el ser humano posee una capacidad infinita para relacionarse. Hablaremos aquí sobre las relaciones de amistad, sin tener la pretensión de agotar un asunto de tamaña riqueza.
No se vive bien, no se vive feliz sin amigos. Aristóteles, filósofo griego, nos dice que sin amigos nadie escogería vivir. Esta es una bellísima condición del amor que Dios colocó en nuestras vidas. La amistad es, por tanto, una necesidad del corazón humano.
La juventud, de forma especial, es un tiempo muy propicio para los descubrimientos en ese sentido. Es en ese tiempo que despertamos para el otro, pasamos a crecer con la diferencia, dejamos florecer en nosotros el amor, la capacidad de donarnos, de salir de nosotros mismos, de ir al encuentro de las necesidades del otro, de buscar el bienestar de nuestro amigo mucho más que el nuestro, de percibir que nos es necesario… y todo eso va generando humildad en nosotros. El amor nos hace pequeños, porque no podemos forzar que el otro se abra a nosotros, que el otro nos ame, que el otro nos sirva, que el otro se entregue por nosotros.
Encontrar un amigo verdadero, fiel no es tarea fácil. Es preciso tener paciencia pues a veces necesitamos esperar años para encontrarlo. Sin embargo, es preciso firmar nuestra espera en Dios, sabiendo que forma parte de su plan darnos relaciones maduras de amistad. Ciertamente existe alguien que nos va a amar profundamente, como somos, pero precisamos abrirnos a eso y esperar, abandonarnos en las manos de Dios. Además de eso es necesario tener cuidado, no dejarnos engañar. El mundo intenta a cada instante empujarnos a una serie de mentiras e ilusiones con el nombre de amistad, pero que están muy lejos de la verdad que nuestro corazón ansia. No encontramos un amigo verdadero tal vez por estar impregnados de una falsa mentalidad que nos enseña que lo que vale la pena es buscar el propio interés y el bienestar, lo bueno es ser amado, ser servido; y nos sumergimos cada vez más en la centralización, el egoísmo y eso nos distancia del ideal para el que fuimos creados.
La verdad es que es a Cristo y su mentalidad que debemos seguir y no al mundo y sus tretas, que siempre nos lanzan al desespero, a la falta de sentido, a la violencia, la esclavitud y la muerte. Jesús, modelo perfecto de amistad, nos dice que hay más alegría en dar que en recibir. Es de esa experiencia que tenemos necesidad: dejarnos madurar más por el amor donado que por el recibido. Precisamos guardar nuestro corazón del egoísmo, la carencia, la inmadurez, la dependencia afectiva, el apego, los celos, la envidia, la falta de libertad, y los malos hábitos y abrirlo a relaciones realmente maduras, en Dios, basados en el servicio, la donación de sí mismo a favor del otro, en el amor verdadero, amor que no pone condiciones, que todo cree, todo espera, todo soporta, no calcula ni recrimina, simplemente ama.
Amar es la única manera de captar a otro ser humano en lo infinito de su personalidad. Nadie consigue tener conciencia plena de aquello que el otro es sin amarlo. Por su amor la persona se hace capaz de ver los trazos y las características esenciales de aquel que ama, aún más, ve las posibilidades en él, aquello que puede ser realizado. Además de eso, a través de su amor la persona que ama capacita al otro para realizar esas capacidades.
El amor nos hace conocer los detalles del otro que tal vez nadie más se ocupa tanto en percibir o valorar, y lo que conoce lo ama. Es justamente en una relación que conocemos la verdad del otro y eso ciertamente nos colocará delante de su inconmensurable riqueza, pero también de sus limitaciones y flaquezas. Es por el amor que conseguimos decir al otro que no necesita tener miedo porque tenemos amor suficiente para no desistir de él, aunque sea imperfecto. Del mismo modo nosotros mismos pasamos a profundizar también en nuestra verdad, en nuestras innumerables limitaciones y que gran alegría es experimentar la misericordia de Dios, que se manifiesta con nuestros amigos, que mismo conociendo nuestras fragilidades ¡continúan queriéndonos!
En nuestras relaciones de amistad, la gratuidad y la libertad deben tener un lugar muy especial. La amistad solo puede darse en un ambiente donde la libertad se conserva porque es justamente eso la auténtica gratuidad. La humildad que el amor genera en nosotros nos impide terminantemente cerrar la puerta por donde el otro puede salir libremente. No podemos, de ningún modo, obligar al otro a nuestros “favores” por él; por más brillantes y formidables que parezcan no serán amor, porque el amor nunca se manifiesta en la dominación. Es por eso que no podemos perder de vista el fin último de toda relación: ¡Dios! Es con Él que aprenderemos a ser amigos verdaderos y profundizar en el amor perfecto, estaremos libres de todo miedo, desorden, apego o dependencia afectiva, en fin de todo aquello que es un obstáculo para el amor.
Mirándonos en el ejemplo de Cristo, abrámonos a las relaciones de amistad que Dios nos quiere proporcionar, y vivámoslos profundamente. No tengamos miedo de asumir lo que Jesús nos propone, no tengamos miedo de amar más de lo que somos amados, no tengamos miedo de experimentar la alegría prometida por Él, y que vendrá a través del servicio a los otros y del olvido de nosotros mismos, de nuestros intereses.
Renata Mattos Dourado Bezerra
Traducción: María José Aguilar