Retiros, Cuaresma, Pascua. Todos los años es igual. Prometo ayunar más. Me decido ser más penitente, pero con el estrés en que vivo, ¿quién puede conseguirlo? Hago el propósito de dar más limosnas y hacer una penitencia en casa en favor de los más necesitados, pero cuando me acuerdo me causa molestias.
Las personas tienen la manía de hacer grandes promesas, ¿no es cierto? Tal vez porque les parece genial hacerlo o suficiente para cumplirlas o quizás porque se piensa que cuanto más grandioso sea el acto más se agradará al Señor.
A Santa Teresita le gustaba sentirse pequeña, pequeña. Ella entendía que era así como se agrada a Dios. Muchos otros santos –creo que todos o no serían santos– entendieron y vivieron lo mismo que ella: lo que vale para Dios no es la grandiosidad del acto sino la intención con la cual se hace.
En la época en que viajar en avión tenía más encanto había en los servicios higiénicos un aviso que decía: “Por cortesía con el próximo pasajero limpie el lavamanos luego de su uso. Gracias”. No sé por qué agradecían, pues que recuerde nunca he encontrado un lavamanos enjuagado una sola vez. Quién, sino alguien quien entienda el valor de un acto tan pequeño y escondido, lavaría el lavamanos por amor al próximo pasajero, ¿por amor a Dios?
Hace poco tiempo, sin embargo, tuve una sorpresa al viajar en uno de estos aviones antiguos. Como estaba sentada cerca de los servicios higiénicos, pude entrar luego que salió un señor medio fuerte y que, con seguridad, había probado bebidas también fuertes en aquel vuelo internacional, donde tales bebidas son abundantes.
Grande fue mi sorpresa cuando, al entrar, noté que ¡el lavamanos había sido limpiado! Pedí perdón a Dios por haber juzgado mal a aquel caballero quien hizo este acto de amor inconsciente por mí, a pesar de no conocerme y, siguiendo su ejemplo, también limpié el lavamanos para servir al próximo pasajero.
Me senté en mi lugar, a dos asientos de los servicios y nuevamente vi al señor fuerte de pie como esperando alguna cosa y con la mirada hacia los servicios higiénicos. De repente se metió dentro pero…dejó la puerta abierta. “¡Mi Dios!”, exclamé, haciendo un nuevo juzgamiento.
Luego, la bellísima aeromoza italiana, con aquel perfil clásico que solo ellas tienen, se acercó ciertamente tan desconfiada como yo y el pobre hombre, limpiando el lavatorio y hablando más alto de lo que era necesario, comenzó a comentar con ella cómo era posible que las personas no limpiaran el lavamanos después de usarla. ¡Qué lisura!, ¡Qué falta de educación! No existe más caballerosidad hoy en día.Desde luego acostumbrada con tales gestos para llamar su atención, la aeromoza se dirigió a primera clase y desapareció, mientras el señor fuerte, junto a los servicios, le lanzaba una mirada nada caballerosa.
No pude evitar pensar como Jesús usaría aquella situación. Imaginé que él modificaría un poco aquella frase: “Por cortesía para el próximo pasajero, luego de tener la puerta cerrada para que nadie lo vea, limpie el lavatorio después de usarlo y lea Mateo 6, 1. Lo siento mucho, pero es mejor para usted que yo no le agradezca”.
Quien sabe, en esta Cuaresma el Señor desea que queramos ser pequeños, que gustemos serlo y sustituir todos nuestros grandes planes por hacer, sistemáticamente, todo las pequeñas cosas con celo y amor especial para mayor gloria de Él, sin planes, aprovechando cada pequeña oportunidad para hacerlo.
Nuestras camas, entonces, tendrán sábanas sin pliegues. Los platos en la mesa estarán más decorados que nunca. Toda pasta dental será tapada. Ninguna celebración será olvidada. Todas las puertas serán abiertas por cortesía amorosa y los demás siempre entrarán primero.
Habrá las más bellas sonrisas para los enemigos más encarnizados, los más delicados elogios para aquella compañera “sin gracia” del trabajo, la pregunta más interesada para el inoportuno limpiador de ventanas, el agradecimiento más efusivo para el cobrador del ómnibus, el “hasta luego” más grato para el chofer.
Las señoras de edad pasarán de frente a primera fila, la mujer, quien además de tener dos hijos pequeños trae una bolsa, encontrará ayuda; y las murmuraciones callarán por amor.
Las losas ya no se quedarán sobre la mesa, la comida sin grasa será la mejor del mundo, todo lo superfluo será donado y –lo más importante de todo– con esas pequeñas muertes, estaremos participando de la muerte de Cristo y resucitando con él.
Para el vigésimo día ya estaremos prontos para el despojamiento, para el ayuno, para mejores penitencias. Habremos hecho cosas pequeñas pero eso no importa. Importa que hemos elegido ser pequeños y hemos conseguido eso por la única vía segura: la vía del amor. “Por amor al prójimo”.
¡Feliz Cuaresma!
Maria Emmir