Testimonio

Una misionera feliz en su tierra natal

comshalom

Cuando era muy joven, para mí la palabra misionero se refería a aquellas personas que estaban en África o en alguna parte pobre del mundo y ayudaban a los más desfavorecidos a ser parte de algo más grande; les ayudaban a vivir su vida al máximo. Cuando crecí un poco más y conocí a la Comunidad Shalom, todavía pensaba algo parecido, ya que, desde Europa, la Comunidad de Alianza era algo así como un mito, sabiendo que existe, pero sin entender bien qué es.

Soy misionera ahora en la Comunidad de Alianza. Mis viejos pensamientos acerca de ser un misionero han cambiado, ahora también sé que realmente es casi lo mismo, solo que bajo circunstancias diferentes. En rigor no estoy en un país extranjero, donde otros me miran y al instante saben que estoy allí para hacer algo por ellos.

No necesariamente tengo un trabajo que tenga un resultado muy visible, que traiga cambios instantáneos a las vidas de los demás. Pero parte de la imagen que tenía de niña aún se mantiene: estoy aquí para ayudar a otros a ser parte de algo más grande, para ayudarles a vivir su vida al máximo.

Porque como misionera eso es lo que hago. Dios y su plan de salvación es lo más importante en lo que puedo ayudar a las personas, y ser parte de este plan. Experimentar su amor es la mejor manera en la que puedo ayudar a cualquiera.

 

Misionera en la patria

Ser misionera en mi propio país es realmente como ser misionera en cualquier lugar. Aunque, naturalmente, los desafíos son diferentes: ser aceptado por las personas que me conocen, la misma familia o los colegas. Explicando una y otra vez que – el ser este tipo de misionera – no significa que estés por viajar en el próximo avión a una parte remota del mundo, pero que sí eres parte de la Iglesia y parte de una comunidad en donde tienes que seguir algunas reglas.

Y, especialmente, que no significa que sólo ayudes a los pobres (en el sentido financiero). Entrar a la Comunidad de Alianza no significa perder el contacto con tus amigos o familiares, sino mostrarles aún más profundamente que la vida en compañía de Jesús es mejor. Hacer que vean esto es, sí, un gran desafío.

Aunque a menudo es difícil, ser una misionera en mi tierra natal es un regalo de Dios. Las personas son curiosas, y cuando mencionas que en realidad eres una misionera, siempre están interesados en lo que eso significa y por qué alguien en un país católico decide serlo.

Soy misionera. Me llamaron para ser misionera aquí, en mi tierra, en Europa. Algunos fueron llamados a ser misioneros en su tierra natal, otros a tierras lejanas. Pero todos fuimos convocados para lo mismo: a ser guía para otras personas en su camino, para ayudarles a encontrar lo mejor en su vida y eso es Dios.

 

Traducción: Javier Kovacs


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