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Cristo ha unido los abismos desiguales: Meditación sobre la Navidad

Jesús asumió la condición humana y unió de nuevo al hombre con su Creador. ¡Qué gran victoria del amor!

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En Navidad entramos en el corazón de la fiesta de la Encarnación de Dios, sabiendo que este misterio se cumple siempre entre nosotros por medio de la Eucaristía. Pido a la Virgen María que venga en nuestra gran ayuda, porque siempre tengo miedo de entrar en este Misterio, tengo miedo de disminuir su grandioso significado al hablar de él. Toda Eucaristía comienza el día de la Anunciación, cuando el Señor envía al Ángel, su mensajero, para pedir a María que diga “Sí” al plan divino: un cuerpo humano que sería dado a Dios por medio de María. Misterio que revela que Dios aún hoy quiere habitar mi cuerpo para salvarme.

Entonces el Padre pregunta a María: “¿Quieres dar a mi Hijo las manos, para que cure a los enfermos y darle brazos para que abrace a los niños pequeños? Esos mismos brazos que  extenderá después en la cruz… ¿Quieres darle pies, para que corra por nuestra tierra en busca de la oveja perdida? ¿Quieres darle ojos, para que toda la luz del cielo se extienda por la tierra, y oídos, para que oiga el clamor de los pobres?. María, ¿Quieres darle a mi hijo labios para que proclame la verdad y un rostro para que los hombres en este rostro me vean? ¿Quieres dar a este Dios, a este Hijo mío, un corazón humano, para que todo el amor que desborda de la Trinidad pueda existir, pueda amar con un corazón humano? pueda amar con  ternura a la humanidad?¿Quieres entregarle tu carne para que te la dé como alimento? ¿Quieres darle tu sangre, para que un día la derrame entera y lave así los pecados del mundo?”.

En ese momento, todos los santos del Antiguo Testamento que esperaban entrar en el cielo, Adán y Eva, todos ellos, están como en suspenso, mirando los labios de María, ¿qué responderá? Y por supuesto, el diablo está al otro lado diciendo: “¡Di que no! ¡No!” y el ángel de la guarda de María diciendo: “¡Sí, sí, di que sí!”. Pero el diablo no tiene ningún poder, no tiene nada que ver con María, porque en su concepción tuvo como esta diálisis espiritual, donde la sangre infectada por el pecado fue lavada completamente por la sangre de Jesús. Así, el Espíritu Santo toma el “Sí” que el Hijo dice constantemente al Padre, ese “Sí, Padre, aquí estoy”, y lo pone en el corazón y en los labios de María.

Y cuando María dice: “¡Aquí estoy!” Ella quiere decir: “Aquí está mi carne que es entregada a ti. Mi sangre te doy”. Exactamente en ese momento se inventó y comenzó la Santa Misa, porque Jesús no podría darnos su Cuerpo, su Sangre, si antes no lo hubiera recibido de María. Recibe de María el Cuerpo en el que sufrirá, morirá y por el que nos dará la Eucaristía. Y ahí está la primera invocación del Espíritu Santo y Pentecostés sobre María. Desde ese momento, Dios está verdaderamente en María, y el mundo ya está salvado, todo lo que sucederá después sólo será consecuencia de ese instante en que el Eterno medía menos de un milímetro en el vientre de María.

Por eso en cada Misa hay esta pequeña epíclise, este pequeño Pentecostés sobre el vino y el pan, porque sin el Espíritu Santo sería imposible que Dios se convirtiera en Hijo de María. Así es el mismo Espíritu Santo en la Anunciación y en cada Misa. ¡Es un Misterio que Francisco de Asís adoraba con tanto amor! Solía decir que cada misa es realmente Navidad. Es de nuevo el Hijo, el Niño de Belén que se nos da. Y es así como en la Eucaristía Jesús se convierte en el corazón de toda la creación. Desde el momento en que Dios asume mi materia, mi carne humana, sé que toda la creación será transfigurada un día en la Gloria.

Un pequeño cuento de Navidad

Quiero volver por un momento a lo que dije sobre Adán y Eva esperando en suspenso el “Sí” de María. En la cueva de Belén, José ve acercarse a una mujer muy anciana que apenas podía caminar, y poco a poco se acercaba al pesebre. La anciana tardaba tanto en llegar al pesebre que parecía que había pasado ya una eternidad. María no podía ver realmente lo que estaba pasando, sólo pudo ver que la anciana estaba poniendo algo en las manitas de Jesús. En ese momento, de repente, esa anciana que tenía más de 80 años, rejuvenece y se convierte en una jovencita de 13 o 14 años y empieza a cantar y a bailar. Entonces José  ve lo que la anciana le había dado al niño Jesús y ve una “manzana” – la manzana, la fruta, es una alegoría del Paraíso. Esa historia nos ayuda a comprender cómo Jesús vino a renovar, a rejuvenecer toda la creación, a toda la humanidad.

Así Jesús en la Eucaristía se convierte en unidad, es el corazón de toda la humanidad y de toda nuestra historia, de toda la creación. Y me asombro al pensar que todos los santos que vinieron antes que nosotros, todos esos parientes míos que recibieron la Eucaristía, los primeros cristianos  y todos los que antes que nosotros, durante estos 2000 años recibieron la Eucaristía, recibieron hostias diferentes, pero recibieron exactamente el mismo Cuerpo y la misma Sangre de Jesús.

También me impresiona pensar que desde mi primera comunión, cuando era niño, hasta la última comunión de mi vida, en cada ocasión que he comulgado y comulgaré, recibo hostias diferentes, ¡pero siempre es el mismo Señor Jesús! Y pueden pasar tantas cosas en mi vida, puedo cambiar de ciudad, de país, pueden cambiar tantas cosas, pero siempre será el mismo Jesús, el mismo Señor que recibiré en la Eucaristía. Es la unidad a través de los años, a través de los siglos. La Eucaristía también genera unidad a través del espacio, porque todos los que comulguen hoy, en todo el mundo, recibirán hostias diferentes, ¡pero recibirán al mismo Jesús! Siempre igual, en el tiempo y en cada lugar. ¡Esto es extraordinario!

En la Iglesia hay varias formas de celebrar la Misa, lo que se llaman los diversos Ritos Litúrgicos. La mayoría tal vez estamos acostumbrados a usar el rito latino, el rito romano, pero hay 12 ritos católicos diferentes: Etíope, Melquita, Bizantino, Copta, etc. Pero aunque todas las formas exteriores sean diferentes, es siempre y en todas partes el mismo Señor Jesús el que recibimos. El hace la unidad fisiológica de toda la Iglesia. Y explico aún más a profundidad esto: 

Digo que Él hace la unidad de la humanidad, porque desde que Jesús tomó el cuerpo y la sangre de María, el Espíritu Santo siempre será derramado en el mundo desde el Cuerpo de Jesús. Es el Cuerpo de Jesús, llena del Espíritu Santo, que desborda el Espíritu en el mundo. Por eso, muchos niños tienen la visión de que el cáliz con la Sangre de Jesús se incendia y arde ante ellos, a veces, la misma hostia arde ante ellos. Hay niños que gritan: “¡Mamá, hay fuego!”, estos niños ven la “realidad teológica”, y ni siquiera saben que muchísimos santos han tenido esta misma visión. 

Es este Cuerpo que arde en llamas, donde brilla el Espíritu Santo, y al recibirlo también recibes el Espíritu Santo. Cada comunión es un Pentecostés personal. Porque si este Cuerpo que recibes no estuviera lleno del Espíritu Santo, no sería el Cuerpo de Dios. Así que hoy, el Padre sólo da el Espíritu Santo a través del Cuerpo de su Hijo.

He realizado procesiones del Santísimo Sacramento en diversos países del mundo. Estas procesiones se han hecho a menudo en las noches y madrugadas, me gusta mucho bendecir a todos los pueblos de la tierra con el Santísimo Sacramento. Me vuelvo hacia los distintos lugares del horizonte y bendigo pronunciando los nombres de los 193 países del mundo. Porque desde la Hostia Consagrada los rayos del Espíritu Santo se difunden por todo el mundo. Y todo lo bueno que le sucede a alguien, sea pecador o adúltero, ¡viene del Espíritu Santo a través de la Eucaristía! Puede que estas personas no lo sepan, ¡pero yo sé muy bien de dónde les viene el Espíritu Santo! Y un día descubrirán con asombro que todo lo bueno, todo lo amable que han hecho en la vida, se los ha dado el Espíritu Santo, que se derrama a través de la Eucaristía. La Eucaristía, Misterio de Navidad, genera unidad en la humanidad.


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