Por medio del Don de Profecía, Dios habla al hombre de forma clara, simple y directa para edificarlo, exhortarlo y consolarlo (I Cor 14,3). Ante la palabra de Dios, la voz divina, debemos colocarnos en actitud de respeto y obediencia. La profecía acontece después de la lode a Dios, en lenguas, en cánticos o en palabras, cuando la comunidad se reúne en oración, o cuando un cristiano se recoge en su oración personal.
Tras la lode, se sigue con el silencio para escuchar a Dios, recibiendo la unción, que puede venir a través de la sensación de la presencia de Dios, un impulso, un movimiento en el íntimo de nuestro espíritu, un hormigueo en los dedos, un calor en todo el cuerpo, un batir cardíaco más fuerte, o de alguna otra forma en la que el Señor considere mejor ungir. Es, tras ello, que entonces que se proclama el mensaje de Dios.
Generalmente, las profecías son dichas en primera o segunda persona, pues el Señor es un Dios personal y nos habla directamente: “No temas”, “Tu eres mi pueblo…”, “Mis hijos…”, “Yo soy Tu Dios…”. Ese mensaje divino es escuchado y guardado en nuestros corazones.
La veracidad de la profecía
Después que el mensaje es proclamado, todos deben estar en actitud de escucha para que el Señor confirme la profecía (I Cor 14,29), a través de locuciones dadas a otros miembros de la comunidad. Dios puede utilizar su propia Palabra, de visiones, sentimientos o palabras para confirmar la veracidad de la profecía. Esta tiene que estar de acuerdo con la palabra de Dios, con la doctrina de la Iglesia y dirigir verso la gloria de Dios y a la salvación de los hombres.
Aquellos que reciben la confirmación de la profecía proclamada deben manifestarla en la asamblea. Cuanto más venga confirmada una profecía, mayor es la fe que depositamos en ella y mayor será la apertura que vendrá dada a la acción del Espíritu Santo en aquella comunidad.
Consentimiento de la voluntad
El Don de la Profecía edifica la asamblea (I Cor. 14,4). Nadie profetiza sin el consentimiento de la voluntad, que acoge las palabras de Dios en su mente; si viene pronunciada por miedo, por inseguridad o por respeto humano, podríamos dejar de profetizar.
Dios no violenta, no fuerza la mente humana contra nuestra voluntad, contra nuestro consentimiento; se sirve, si, de la mente humana y de sus facultades, pidiendo solo que nos dejemos usar por él: “el espíritu de los profetas debe estar sumiso [a la voluntad de Dios]”(I Cor 14,32), con todo debe darse con “ dignidad” y orden (v. 40) e con un criterio de juicio sobre la misma, por los demás (v. 29), pues “Dios no es un Dios de confusión, mas de paz (v. 33).
Nuestra colaboración es esencial
Los Carismas del Espírito, concedidos a todos por ocasión del Bautismo e intensificados en la confirmación, también son llamados de dones del Espírito Santo. Él nos capacita con estos dones para que sirvamos a la Iglesia de Cristo, a través de los hermanos(as). Los carismas son, por tanto, dones de poder para el servicio de la comunidad cristiana.
Algunas condiciones para recibir y perseverar en la vida carismática: Simplicidad y pureza de corazón; perseverancia en la meditación de la Palabra de Dios; Vida de Oración; Deseo de servir a los hermanos como Jesús (Lc. 22, 27); Constancia a la recepción de los dones espirituales (siempre abiertos para ser los canales de la acción de poder del Espírito en nosotros).
Nuestra colaboración es esencial. Dios no nos quiere como robots, actuando independiente, sin cooperar o de forma mecánica. Él respeta nuestra libertad y consentimiento. Si creemos, si asentimos a lo que el Señor quiere realizar en nosotros. María Santísima es el modelo de total apertura: “Hágase en mí, según Tu palabra” (Lc. 1, 38).
Traducción: Manuel Quezada
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Bibliografía Consultada
Bíblia Ave-Maria
Estudo Bíblico Enchei-vos
Carismas – Coleção Paulo Apóstolo
O despertar dos Carismas
Catecismo da Igreja Católica
Christisfidelis Laice
Como usar los carismas – Benigno Juanes
Lumen Gentium
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Dones del Espíritu Santo: El don de ciencia
Dones del Espíritu Santo: El don de lenguas
Dones del Espíritu Santo: El don del discernimiento
Dones del Espíritu Santo: Don de sabiduría
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