Testimonio

‘Si, ¡Dios es grande! Él me ayudó’

Le pedí de encontrar amigos en Roma y el me entregó una familia.

comshalom

¡Hola! Soy Matej, soy un joven eslovaco de 23 años. Mi historia con la Comunidad Shalom comenzó cuando decidí ir a Roma para estudiar durante un semestre. Yo quería dedicar esta estadía para vivir un buen periodo de mi vida en esta hermosa ciudad, pero sabía que no sería ni tan linda ni tan fácil si me encontraba completamente solo en esta ciudad. Pedí a Dios, entonces, de conocer algunos amigos en Roma, personas con quien pudiese compartir mis valores y mi fe. Busqué en Google ´Jóvenes Católicos en Roma´ y cliqué en el primer link que apareció, el Centro Internacional de la Juventud San Lorenzo. Me dije a mi mismo: ‘No está mal, vamos a ver…’

Así como bus qué Roma, como lugar donde ir a estudiar, de la misma forma indagué en internet por alguna información sobre el Centro San Lorenzo. Leí que allí se realizaría un evento de la Comunidad Católica Shalom durante el fin de semana. El evento tendría inicio con la inauguración del nuevo café (centro de evangelización) en el barrio San Lorenzo, el mismo sector en donde había pensado juntarme con mis compañeros de curso durante la tarde-noche del mismo día. Entonces, decidí que tenía que pasar por el café y, luego, reunirme con mis amigos. No sabía que cosa podía esperarme, así que puse dejé todo en las manos de Dios.

Justo como había leído, mientras pasaba por la calle del nuevo café Shalom, vi gente joven muy simpática, mas no pude acercarme… tenía un inconveniente: no conocía a nadie. Me era extraño llegar, así de la nada, y empezar a hablar con alguien, por lo que mientras camina observándoles, pasé de largo. Nada ocurrió. Fue allí que decidí probar una segunda vez; y me encontré con que estaba haciendo lo mismo que antes (pasando de largo, sin detenerme), pero ahora escuché: “¡Hey!”. Miré hacia atrás y vi que venía hacia mí e iniciamos a conversar. Pensé: ‘¡Si, Dios es bueno! Me ayudó’. Ello me hizo reír, así como lo hago ahora que lo recuerdo mientras escribo. El chico fue muy gentil y me presentó a los demás. Todos (quienes conocí esa noche) fueron muy amables, me sentí calurosamente aceptado. Esa noche me invitaron a unirme al grupo de oración. Después de un rato allí con ellos, les saludé, y fui a encontrarme con mis amigos.

Este momento cambió mi entera experiencia en Rome porque, desde entonces, contaba con un lugar al cual ir en cualquier momento; el Centro San Lorenzo se convirtió en mi segunda casa. Ese era el espacio que buscaba cuando quería rezar por mis dificultades o para agradecer por las gracias que recibía, o cuando simplemente sólo buscaba charlar con alguien sobre las cosas cotidianas. Le estoy especialmente grato a dos grandes personas: Wallace y Simone, misioneros Shalom, a quienes les sentí muy cercanos. Compartimos nuestras historias de vida, también buenos momentos de fraternidad y diversión. Ésta cercanía con hermanos y con Dios fue el tesoro que encontré en Roma.

Actualmente estoy en Eslovaquia. Ahora, cuando miro hacia atrás, contemplando el periodo de mi estadía en Roma con la Comunidad, comprendo algunas cosas.

 Cuando asistía a los primeros encuentros del grupo de oración, me sorprendía el hecho que ellos rezasen en un modo que no había visto antes. Lo hacían sin fórmula alguna, era espontáneo, expresándose en el modo que les fuese más cómodo. Seguir el estilo no fue fácil al inicio, pero cuando comencé a abrirme y a entender más sobre esa forma de rezar, descubrí una nueva forma de vivir mi fe; aprendí como rezar más intensamente. Hoy siento la falta que me hace aquel modo de rezar juntos.

Hay otra gran cosa que me gustó mucho de los miembros de la comunidad. Admiro lo alegres que son, y lo genuino del amor que sienten por Dios. Ellos son un verdadero ejemplo de cómo ser discípulo de Jesús hoy en día, cosa que me ha inspirado muchísimo. Incluso si ya no visito la comunidad, aún seguimos en contacto y unidos en la oración.

Una última cosa que me gustaría compartir es que ahora comprendo mejor el significado que nosotros, cristianos, ‘somos hermanos’. Ello gracias a que cuando concurrí al café, aquella noche de la inauguración, los miembros de la Comunidad me acogieron como si nos conociésemos desde hace ya mucho tiempo. Para mí, estar junto a la Comunidad fue como tener una familia. Esto no es lo ‘normal’ en el ‘mundo normal’. Pedí a Dios la gracia de tener amigos en Roma y Él me dio una familia. Redescubrí el modo en cómo el cuida de cada aspecto de mi vida.

Ésta es mi experiencia y estoy muy contento de poder compartirla contigo. Muchas gracias por leerla. Recuerda: “El Señor es Bueno con los esperan en Él, con aquellos que lo buscan” (Lam. 3:25).

 

Traducción: Manuel Quezada


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