«Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos»
Hoy festejamos a la santa (1873-1897) que podríamos calificar como “campeona” de la “pequeñez” espiritual. La cuestión es que esto le ha valido el título —nada frecuente— de “Doctora de la Iglesia”. De la “infancia espiritual” ha brotado toda una teología espiritual, fresca, renovadora…
Por paradójico que parezca, «la grandeza de Dios yace en el hecho de que Él sea capaz de hacerse pequeño» (Benedicto XVI). Así, podríamos decir que la discreción, la sencillez, la humildad… forman parte del ADN divino: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3). La santa doctora de hoy ingresó en el Carmelo siendo muy jovencita (tenía quince años) y entró en el “Carmelo eterno” cuando tenía veinticinco. ¡Tan pequeña y tan grande! ¡Qué paradoja a los ojos humanos! Pero no es así desde la perspectiva del Amor. Si quieres amar, si quieres servir, hazte pequeño, muy pequeño, como el Niño Jesús en el pesebre, como Jesucristo en la Cruz.
Teresa transitó por el camino de la infancia: «Soy una alma minúscula que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor». Y porque se consideraba así, “minúscula”, confiaba su crecimiento a los medios espirituales. Decía con firmeza: «Sí, toda mi fuerza se encuentra en la oración y en el sacrificio; son éstas las armas invencibles que Jesús me ha dado». Paralela y consecuentemente, se apoyaba en la dirección espiritual —no se fiaba de sí misma— y amaba la obediencia a los superiores.
«Quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4). ¡Un auténtico contraste con los aires de autosuficiencia de la modernidad! Quizá por eso mismo, santa Teresa es “Doctora”. Ella sí que sabía de la vida. Una vida que debe fructificar para el Creador: «Él no baja del cielo para quedarse en un copón dorado, sino para encontrar otro cielo que le es infinitamente más querido que el primero: el cielo de nuestra alma».
Fuente: http://evangeli.net